Las principales empresas americanas han mostrado públicamente su apoyo a las causas más mediáticas de la nueva justicia social. Campañas como el #MeToo o el movimiento Black Lives Matter han contado con el respaldo de la industria de Hollywood, de gigantes tecnológicos como Google o Facebook y de medios de comunicación del peso del New York Times o el Washington Post.

Parece increíble: en menos de una década los popes del capitalismo han desarrollado una sólida conciencia social. O no

A finales del año pasado, precisamente el New York Times informaba de que lobbies, en representación de importantes grupos empresariales (Nike, Coca-Cola, Apple…), estaban presionando al Congreso para frenar un proyecto de ley que prohibiría importar productos fabricados en la región china de Xinjiang con trabajos forzados. Es comprensible: los uigures no son tan fotogénicos como las actrices de Hollywood, y menos en mono de rayas. 

La falsa conciencia social de estos gigantes es una estrategia de marketing fantástica: consiste en sustituir el radicalismo económico por el radicalismo simbólico para tener contentos a los progres en perjuicio de los pobres. 

En esta clave debemos leer el apoyo de Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, a los indultos. No hay nada más atractivo para la patronal que ponerse del lado de un gobierno de izquierdas en un asunto que no afectará su hoja de beneficios. Así hacen en Estados Unidos: las empresas americanas arriman el hombro en las guerras culturales esperando que el Gobierno no las intervenga en lo económico. Nunca debemos olvidar que toda empresa opera bajo la misma premisa: qué debo hacer para ganar dinero sin que me moleste el Gobierno.

El apoyo de la CEOE tiene importancia simbólica, pues refuerza el relato de que la derecha política está quedando aislada por su radicalidad: ¡Si la patronal apoya los indultos cómo van a ser un gesto revolucionario!

En efecto, no hay nada revolucionario en los indultos. Lo revolucionario sería no ceder ante el nacionalismo. Pero esto provocaría un sismo que la clase empresarial no está dispuesta a asumir. La estabilidad siempre prevalece sobre la justicia. "Si las cosas se normalizan, bienvenidos sean los indultos", dijo Garamendi. Y si la normalidad en Cataluña significa que ardan fotos del Rey y que se vulneren el honor y los derechos de los no nacionalistas, bienvenida sea.