Hay un Madrid que dejó de existir, pero que todavía existe. Sí. Un Madrid que hace equilibrismo entre el ser y el no ser. Casi siempre parece estar muerto, pero de pronto asoma armado de toda su rareza. Es el Madrid moderno: una colonia de hotelitos que, salvo abrupto giro del destino, pronto concluirá su viaje a la nada.

Nos topamos con él de noche y eso lo hizo todavía más fantasmagórico. La Plaza de las Ventas seguía ahí al lado. Todo, ¡absolutamente todo!, cumplía las normas del atardecer: los edificios se dejaban engullir pacíficamente por la oscuridad. Salvo los hotelitos del Madrid moderno. Diez o quince chalés (sin disfrutar de un alumbrado eléctrico característico) brillaban sin brillar. Otra contradicción. ¡Es que este lugar parece un imposible! ¡Quién y cuándo lo puso aquí!

Podría ser París, quizá Londres. O las dos cosas. La estructura es similar: tres alturas contando el sótano y un pequeño jardín a la entrada; y lo más impactante: un mirador cuadrado y saliente, sostenido en columnas de hierro, que casi alcanza la acera. Después, cada hotelito exhibe su particular atractivo: motivos neomudéjares, una combinación atrevida de colores…

Cuando pensaba que nos habían echado algo en la copa, una mujer bajó de un taxi y entró corriendo en una de las casas. Ella nos miró y nosotros la miramos, pero no nos atrevimos a preguntar. Aquella chica envuelve su vida en un palacio de cuento, pero la decepción es abrumadora cuando se comprueba el abandono de algunos de los chalés colindantes.

Entonces sacamos el móvil para preguntar: ¿dónde narices estábamos? El mapa nos empujó a uno de los extremos de la calle Castelar, donde una especie de réplica de la Casa de las Bolas actuaba en tiempos como punto de entrada a la colonia. Al parecer, comenzó a construirse en 1890. Hubo lío de licencias. Los liberales quisieron sacarlo adelante y los conservadores lo paralizaron.

Volvimos a contemplar los miradores. ¡Era como si, por un momento, en España hubiese prosperado la Ilustración! Nos sentíamos, en cierto modo, como el protagonista de Midnight in Paris, cuyo paseo nocturno acababa convertido en un viaje en el tiempo.

Seguimos pidiendo información a la pantalla. El Madrid moderno, antes de ser asesinado por los Caínes de la política y la arquitectura, llegó a contar con un centenar de casas… ¡y una línea de tranvía que lo conectaba con el centro de la ciudad! La prensa de entonces (la que se atrevió) lo llamó el barrio europeo y celebró sus condiciones de higiene: el agua, el alcantarillado, el gas y la luz eléctrica. Los promotores buscaron precios baratos dirigidos a la clase media-baja.

Hubo algunos (y muy poderosos) que odiaron este lugar. Vean lo que escribió Azorín (hay que joderse, maestro): “A la izquierda de la Plaza de Toros, los diminutos hoteles del Madrid Moderno, en pintarrajeado conjunto de muros chafarrinados en viras rojas y amarillentas, balaustradas con jarrones, cristales azules y verdes, cupulillas, sórdidas ventanas, techumbres encarnadas y negras… todo chillón, pequeño, presuntuoso, procaz, frágil, de un mal gusto agresivo, de una vanidad cacareante, propia de un pueblo de tenderos y burócratas”.

Se siguió construyendo en el Madrid moderno hasta 1930, aproximadamente. Luego llegó esa absurda necesidad de levantar edificios feos pero con muchos pisos en el interior. La avalancha de la especulación. El contraste entre los hijos del progreso y los hotelitos es sonrojante.

Nos habla Alberto Olmos, que quedó redimido por el Madrid moderno antes que nosotros, de la venta de una de las casas por el módico precio de 750.000 euros. Como se trata de lanzar un negocio ruinoso, con la misma vida que puede quedarle a este maravilloso paraje, hemos acordado fundar allí un periódico o una librería.

Porque en el Madrid moderno también hay una novela pendiente de escribir, la de todas esas familias que, de generación en generación, vieron cómo las grúas destrozaban su sueño. El camino que separa la resistencia de la rendición es muy poderoso en términos literarios. Y el de las malas artes inmobiliarias, también; aunque no parezca tan sexy.

“¡Ay, este Madrid que se nos va! ¡Y que nunca volverá” pensamos mientras deambulábamos en busca de una placa que contextualizara, aunque fuera mínimamente, la información que habíamos leído en internet. Pero no, claro que no había placa, querido lector. Mandé un mensaje al Ayuntamiento. La concejalía de Desarrollo Urbano se ha comprometido por escrito a proteger el Madrid moderno. Ojalá cumplan su palabra.