2021 es el año de suerte de mi hermano. En agosto nacerá su primera hija y llevará el nombre de su abuela, que es también el mío. A mamá se le habría caído la baba. Además, dentro de unos días empieza en su nuevo trabajo. Ha estado un año estudiando para superar el examen PIR, el MIR de los psicólogos clínicos. Y aunque sólo se reparten un puñado de plazas para toda España, él tiene la que quería. Qué les voy a contar: estoy muy orgullosa.

Mi hermano decidió estudiar psicología el día que murió uno de sus mejores amigos. Se suicidó. Le dio muchas vueltas a aquello. Pensó si podría haberse prevenido. Lamentó no haber conseguido evitarlo. Se preguntó si le habría fallado. Y quiso comprender para ayudar a otros. Su amigo tenía esquizofrenia.

Después de aquello, los padres del chico se divorciaron. En la casa donde pasaron tantos veranos, hace años que cuelga un cartel de Se vende. No han vuelto. Ahora que nos parece brutal un tataki de atún o la última canción de C-Tangana, quizá hagan falta palabras nuevas para explicar la violencia y la irracionalidad con que se manifiesta a veces la vida. Esto sí es brutal.

He leído que alrededor de un 50% de los pacientes con esquizofrenia intentará suicidarse al menos una vez, y que entre un 10% y un 15% de ellos se quitará la vida. Si el suicidio se ha convertido en una de las primeras causas de muerte en las sociedades occidentales, para las personas diagnosticadas con esquizofrenia esta probabilidad es mucho mayor. Así lo indican todos los datos y las investigaciones disponibles.

En la reciente campaña electoral autonómica, Más Madrid consiguió que la salud mental recibiera atención en el debate público. Es un paso importante y necesario, especialmente tras más de un año de pandemia que ha afectado profundamente al ánimo de los españoles y ha disparado las consultas por estrés, ansiedad o depresión.

Por eso no se entiende muy bien que la líder de Más Madrid, Mónica García, médico de profesión, posara hace unos días, durante la marcha del Orgullo Loco, junto a una pancarta que rezaba: “La enfermedad mental es una construcción social”. La foto era una impugnación de toda su campaña, además una especie de broma macabra.

Si Más Madrid tuvo un gran resultado electoral hace un mes, fue porque consiguió conectar, en un momento muy difícil para los ciudadanos, con sus preocupaciones, sustantivas, materiales, mientras otros partidos de la oposición se bregaban en la guerra identitaria.

La salud es una de esas preocupaciones. La salud mental no es una construcción social. El sufrimiento de los pacientes no es una construcción social. El dolor de sus familias no es una construcción social. Son reales, e ignorarlo supone fallarles en un sentido que desborda el incumplimiento de una promesa electoral. Hay gente a la que le va la vida en ello.

Es real, sólida como la piedra de sus muros, esa casa cerrada de la que cuelga un cartel de Se vende. Es real esa familia rota en la que falta el hijo pequeño desde hace ya ocho años. Mi hermano no se ha olvidado de él.