Permitan que me presente: soy el abstencionista del millón. De ese millón de votantes de Ciudadanos que se abstuvo en las últimas elecciones generales y al que supuestamente Inés Arrimadas ha venido a buscar con sus recientes maniobras. Así lo sostienen algunos analistas.

Como creo que nunca se han enterado de por qué nos abstuvimos (que es la razón no solo por la que Arrimadas no va a encontrarnos en su búsqueda, sino también por la que nos quedaremos confinados en la abstención probablemente), me he decidido a explicarlo.

(Sé que es pretencioso arrogarse la representatividad de ese millón. ¡Pero menudos somos los de ese millón! Somos superiores y finos, naturalmente; sofisticados y destilados, en efecto. Y no estamos por embarrarnos. Lo que siempre me ha hecho gracia ha sido la superioridad con respecto a nosotros de los que sí se embarran. Tal vez nuestra displicencia connota su barro.)

Queríamos un partido bisagra y veleta, sí. Un partido que se hiciese cargo del carácter ondoyante de la vida, de modo que la política no lo entorpeciera y que, si pudiese ser, lo facilitara. Un partido contra los apretaos de todo signo, contra los anquilosamientos, contra el apelmazamiento partidista, frecuentemente aplastador.

Un partido pragmático, que se hiciese cargo de los bueyes con los que en esta España hay que arar (unos bueyes toscos, estólidos, deprimentes), por ver si se les encauzaba un poquito en la buena dirección; que en política no es otra que la del aseo institucional, la pulcritud democrática y el sentido común –sin adherencias retóricas ni delirios ideológicos– respecto a las cuestiones prácticas.

Desde el principio pensamos que Cs no era un partido de poder que viniese a romper el bipartidismo, sino un partido que debía impulsar una corrección virtuosa del bipartidismo. Al fin y al cabo, los nacionalistas venían impulsando desde hacía décadas (con notable éxito) correcciones viciosas del bipartidismo. Con gran satisfacción esto último de los dos grandes partidos del bipartidismo, el PSOE y el PP: principalísimos responsables de todas nuestras desgracias políticas y campeones del cortoplacismo, el abuso y la irresponsabilidad.

La propuesta era demasiado elevada para lo que aquí se estila. Por eso durante años Cs obtuvo apenas un hilillo de votos. Tuvieron que venir el 15-M y Podemos, y luego Vox, para que comprobásemos el éxito fulminante con que podían ser agraciadas, en cambio, las propuestas bajunas.

La tremenda crisis debida al independentismo catalán propició el ascenso electoral de Cs en las generales de abril de 2019. De pronto, el partido tenía poder en el Congreso para cumplir su misión de árbitro. Y lo que hizo Albert Rivera con ese poder fue tirarlo a la basura, cegado por la ambición de alcanzar un poder mayor y autosuficiente.

Quienes nos caricaturizan a los que nos abstuvimos en las segundas elecciones de aquel año, las de noviembre, nos dicen tres cosas: 1) que la foto de Colón junto al PP y Vox fue anterior a las elecciones en que aún votamos a Cs; 2) que Pedro Sánchez no tomó la iniciativa ni hizo ningún gesto para pactar con Cs; y 3) que Rivera fue a las segundas elecciones con la promesa de que no pactaría con Sánchez. Respondo a ellas:

1) Nos limitamos a no atender al chantaje del mantra de “la ultraderecha” emitido por ese PSOE que había pactado con los únicos que eran más dañinos que la ultraderecha en España (es decir, por este orden, los nacionalistas –que acababan de dar un golpe de Estado– y Podemos). Por más que considerásemos que la ultraderecha era, en efecto, la ultraderecha y la execrábamos, y que fotografiarse con ella había sido un error.

2) No se trataba de esperar ninguna iniciativa de Sánchez, pájaro al que ya conocíamos de sobra. Sino de utilizar el poder parlamentario de que por fin se disponía para enjaular al pájaro. O al menos dejarlo en evidencia en tanto pájaro, para que no le saliesen gratis (como le salieron y salen) sus pajarerías.

3) En cuanto Rivera hizo aquella promesa electoral supimos y dijimos que se equivocaba. Está bien que los políticos cumplan sus promesas; pero, cuando su cumplimiento se ve claramente que deriva en desastre, no está mal incumplirlas por una razón superior. Que en el caso de Cs, mira por dónde, coincidía con su espíritu fundacional. (El remoquete del asunto es que Rivera hizo en el último momento su oferta de pacto, cuando ya no valía y estaba débil: con lo que terminó de espantar a los votantes que aún le quedaban.)

Llegaron las elecciones y Cs se hundió. Unos votantes se fueron al PP, otros a Vox y los de mi millón nos abstuvimos. Los votantes de Vox no iban a volver, los del PP parece que tampoco y quedábamos los del millón, los finos, los no embarrados, que pedíamos lo de siempre: bisagrismo y veletismo, no en beneficio propio sino en el de las puertas y los vientos del país.

Se fue Rivera, vino Arrimadas. La situación no era fácil, y encima con la pandemia, pero fuimos aceptando la prioridad de no contribuir al embrutecimiento de la situación. Hasta que ha llegado el gran embrutecimiento de Ciudadanos. Y nuestro confinamiento en la abstención probablemente.