La Academia Sueca otorgó, en 1961, el Premio Nobel de literatura al escritor serbocroata Ivo Andrić, autor de una extraordinaria novela, Un puente sobre el Drina, publicada en 1945 después de terminada la II Guerra Mundial.

Los puentes se convirtieron en un símbolo de paz, comunicación y encuentro a diferencia de la construcción de trincheras de 1914 o de fortificaciones defensivas como la Línea Maginot.

Ignoro si ha sido por influencia directa del escritor Ivo Andrić, pero si ustedes observan cualquier billete de nuestra moneda común europea, observarán que en una de sus caras está dibujado un puente de los muchos existentes en Europa.

Los puentes y las catedrales son la esencia de la cultura europea y en esto hay que reconocer el acierto de quienes eligieron consagrar, a través del uso diario de nuestra moneda, el encuentro. El puente como símbolo de unión y entendimiento.

Las trincheras sirven para defender una posición y pasar al ataque. 1914 fue el inicio de la decadencia de nuestro continente hasta que, a partir de 1945, Europa Occidental se volcó en la reconstrucción de los puentes destruidos. En 1989, los europeos pudimos por fin rehacer nuevos lazos de unión, nuevos puentes, con la caída de la gran trinchera totalitaria oriental: el Muro de Berlín.

Los puentes no sólo sirven para la paz, el comercio y la comunicación. Son esenciales en la política interior de nuestros Estados nación. La política es la forma civilizada y convivencial de neutralizar y encauzar los inevitables conflictos, entre personas y grupos sociales, que surgen en todas las sociedades.

Desde este punto de vista, aquellos políticos que construyen y respetan los puentes de entendimiento, de acuerdos y de comunicación laboran por el progreso, la paz social y la estabilidad. Por el contrario, la política de trincheras, de polarización, de lucha, obtiene resultados de crispación, tensión, polarización y legítima defensa.

La Constitución española de 1978 fue un puente de unión, de encuentro y acuerdo de la inmensa mayoría de los españoles. Desde el PCE hasta Alianza Popular. Gracias a la labor de dos partidos centrados (PSOE y UCD), nuestro sistema político y de partidos, con todos los defectos que he reseñado en otras ocasiones, ha sido, hasta 2020, un sistema de centro. De puentes y no de trincheras.

Me atrevo a asegurar que se podría hacer una diferenciación clara entre dos tipos de políticos. Aquellos que construyen puentes y los que cavan trincheras. Por desgracia, en los últimos años en España asistimos, una vez más, al triste espectáculo del protagonismo de los atrincherados en detrimento de los pontoneros.

Un ejemplo reciente de trinchera es la negativa por parte del PSOE y Podemos a un homenaje del Congreso a don Eduardo Dato, creador del Ministerio de Trabajo, asesinado por terroristas anarquistas de Barcelona en 1921.

No me duelen prendas en señalar a los constructores de trincheras partidarios de la polarización y que crispan la convivencia nacional: los separatistas vascos y catalanes, los miembros extremistas del actual Gobierno, los republicanos excluyentes, los políticos que acuerdan cordones sanitarios contra otros partidos, los nuevos apóstoles de la emergencia climática, los feministas radicales autoconstituidos en supremacistas morales respecto al resto de los españoles…

Todos ellos tienen derecho a exponer sus programas y vencer en lides electorales. A lo que no tienen derecho es a anular el derecho de los demás a defender sus posiciones y, eventualmente, ganar en las urnas o revertir reformas consideradas precipitadas, excesivas o impertinentes.

En España se impone el retorno a los puentes, a un sistema de centro cualquiera que sea este, y desechar la política de trincheras que tantas desgracias ha generado en nuestra historia contemporánea.

Para ello, conviene reconstruir los puentes rotos en los últimos años entre los dos partidos centrales, PSOE y PP, que a su vez pueden y deben generar acuerdos inclusivos con terceros, de modo que el mapa político español se parezca más al de 1978 que al de 1936.

Entre tanto, a quien no lo haya hecho todavía, le sugiero disfrutar la lectura de Ivo Andrić y compartir los valores de convivencia entre adversarios que dibuja ese gran libro que es Un puente sobre el Drina.