De todas las catalogaciones que pueden hacerse de Vox, quizá la más aséptica y precisa sea esta: es un partido excluyente.

Por supuesto, no es el único ni el peor que tenemos en España. En el País Vasco, la vocación de exclusión llevó a practicar el exterminio y, en Cataluña, a una proclamación unilateral de independencia, efímera, pero de efectos sociales, políticos y económicos duraderos.

En el ámbito nacional, también Podemos irrumpió dividiendo el país en buenos y malos, una distinción moral de la ciudadanía que se remonta a la guerra civil, en la que "los mejores de nuestras abuelas y abuelos" (Errejón dixit) lucharon "en alpargatas" "por los humildes y la libertad". En cuanto a los peores, ustedes ya saben.

Y Pedro Sánchez gobierna apoyándose en todos ellos, amenaza mediante. O estos o "el fascismo".

Vox no es un partido liberal. No, no querer pagar impuestos no lo convierte a uno en liberal, acaso sólo en un roñoso. Ser liberal es defender un régimen de pluralismo sujeto a un orden constitucional que proclama la igualdad y las libertades individuales.

La Europa que emergió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial era liberal. Eran liberales los partidos democristianos y también los socialdemócratas, pilares de aquel exitoso equilibrio de alternancia.

Cuesta creer que haya ahora partidarios de un socialismo que reniegue del liberalismo, tantos años después de que Eduard Bernstein lo dejara claro: el socialismo, o es una corriente del liberalismo, o no es más que una doctrina mesiánica y salvaje. Pero ese es otro tema.

Vox no es un partido liberal. Es un partido excluyente. La vertiente populista de esa exclusión se dirige contra las "elites" de Bruselas, artífices de la mejor Europa que ha sido, la que ha traído más paz al continente y ha creado un "nosotros" de 500 millones de ciudadanos, sin más armas que la voluntad de vivir juntos plasmada en sus tratados.

En esa obsesión por la soberanía asoma también la vertiente nacionalista, cuya manifestación más perniciosa se traduce, no obstante, en la exclusión de los miembros más débiles de la sociedad: refugiados, migrantes o menores no acompañados, a los que se señala como acaparadores de recursos del Estado y responsables de una delincuencia desorbitada.

Si los liberales se vuelcan en la construcción de un "nosotros", los excluyentes levantan muros para enfatizar el "ellos".

España vive horas amargas. En lo sanitario, el país se aproxima a un exceso de mortandad de 100.000 personas. En lo económico, la ruina se cierne sobre muchas familias sin que se atisbe aún el final de la pesadilla.

En lo político, contamos con un Gobierno cuya estabilidad pasa por un partido que llegó anunciando que su misión era poner fin al orden constitucional del 78, y cuyos socios de legislatura son EH Bildu y ERC, con sus homenajes a ETA y su papel protagonista en el procés.

Estos ingredientes son el caldo de cultivo perfecto para el florecimiento de un partido populista capaz de "politizar el dolor", al modo en que Podemos logró movilizar electoralmente el malestar económico y social en la Gran Recesión.

La peor crisis en un siglo, cuando apenas nos recuperábamos de la anterior, es la antesala de la desesperación y la antipolítica. Y, sin embargo, las encuestas parecen coincidir en que Vox se estanca o retrocede.

Su papel en esta pandemia puede resumirse en aquel vídeo de Javier Ortega Smith haciendo pesas para derrotar con sus "anticuerpos españoles" al "virus chino", y en una gira de Santiago Abascal por Canarias contra la inmigración.

Vox lleva un año mirando hacia afuera sin haber reunido el arrojo para bajar a los barrios, donde los trabajadores esperan algo más que soflamas patrióticas y quejas contra la "dictadura progre".

El partido, aupado por la comunicación y la performance identitaria, se está mostrando incapaz de lidiar con la realidad material y las urgencias que impone. Los españoles no tienen tiempo ni ganas de pensar en murales feministas, "invasiones" extranjeras o censuras antitrumpistas en Twitter.

Vox hizo fortuna con aquel eslogan que se burlaba del PP, la "derechita cobarde", porque el hallazgo de memes sigue siendo su mejor destreza. Pero los memes han comenzado a atragantarse conforme batimos récords de muertos y parados.

No está el país para esta derecha frívola.