Ella estudió en un colegio privado y católico, sus hijas en uno concertado y católico y, al igual que ese dibujo que representa la evolución del hombre en cuatro pasos -del rechoncho homínido al sapiens, pasando por el australopiteco y el neandertal-, ahora sitúa la escuela pública y laica en la cima del progreso.

Hay que valorar en toda su grandeza el sacrificio personal que ha hecho Isabel Celaá, obligándose ella y forzando a su propia familia a recorrer las etapas inferiores de la escala evolutiva antes de hollar para todos el cénit de la Educación.

Se entiende perfectamente que este miércoles, tras la votación en el Senado de la ley que llevará para siempre su apellido, parafrasease a Charles Aznavour al manifestar que sentía "profunda emoción".

El camino ha debido de ser muy fatigoso. Hace unos años, cuando era consejera de Educación en el País Vasco, Celaá amplió la red de colegios concertados. Tuvo que resultar muy duro para ella castigar así a los hijos de sus paisanos. Bien puede decirse que ahora se ha resarcido.

Hay que tener en cuenta que entonces su presidente era Patxi López, famoso por su "vamos a ver Pedro, ¿sabes lo que es una nación?". Andando el tiempo, aquel Pedro ha acabado siendo su guía. 

Fiel a la consigna de Pedro, la ministra ha actuado con mano tendida y generosidad, priorizando el diálogo y buscando el máximo consenso. Pero las circunstancias y la ilusión por ver publicada cuanto antes la nueva ley hicieron que obviase el dictamen del Consejo de Estado, evitara consultar a la comunidad educativa y no aceptara una sola de las tropecientas propuestas presentadas por la oposición que intentaban mejorar el texto.

Muy cargada de razón, cuando los periodistas le preguntaron ayer por la posibilidad de que algún gobierno autonómico intente eludir la norma, aseguró con aplomo que las leyes "están para cumplirlas".

Severo Bueno, que ha muerto antes de ver cómo el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña reconocía su demanda para que exista una mayor presencia del castellano en las aulas, Severo Bueno que está en los cielos y todos los Severos Bueno que han visto durante años cómo las sucesivas sentencias del Constitucional y del Supremo no han sido obstáculo para que a sus hijos se les siguera arrebatando el derecho a tener alguna hora más de castellano en el colegio, estarán hoy tremendamente felices con Celaá.