Es conocido el doble rasero, la doble vara, con la que el partido Podemos, de boca de sus dirigentes, enfrenta, en general, los problemas de España. Podemos lo mismo critica el dumping fiscal que realiza -se supone- la Comunidad de Madrid, que defiende el cupo vasco y navarro, como excepcionalidad tributaria.

El cupo, justifican desde Podemos, “está en la Constitución”, así lo dijo Jaume Asens, el mismo señor diputado nacional que, a renglón seguido, y casi sin solución de continuidad, manifiesta que el artículo 155 es antidemocrático (cuando, obviamente, también figura en el articulado constitucional).

Cierto es que esta Constitución invita a ser utilizada como un menú a la carta, tal cual hace Podemos, cuando en un mismo artículo, el artículo 2, se puede afirmar una cosa (“la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación”) y, a continuación, en la misma frase, la contraria (“la Constitución garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran”).

La Constitución aparece así, a la vez, como fundamento y como fundamentada, al afirmar que ella se fundamenta en una unidad nacional cuyas partes, sin embargo, se integran y solidarizan entre ellas gracias a esa misma Constitución que lo “garantiza”.

O sea, en definitiva, la unidad nacional por sí misma no es, al parecer, garantía de la integración y solidaridad entre las partes que la forman, sino que esa garantía procede de la Constitución, que reconoce partes cuya naturaleza (social, cultural) es diferente en cada una, de cualidad distinta (no son partes isonómicas).

De esta forma, la Nación española se define como “patria común e indivisible”, para, sin salir del mismo artículo, en la misma frase, insisto, aparecer ya dividida en “nacionalidades y regiones” (sin especificar en todo caso, ni cuántas ni cuáles).

Sin duda se trata de una unidad esta peculiar, “deconstruida”, que lo mismo se puede decir de ella que es una, como que es ninguna, o se puede decir diecisiete como cincuenta y una, de tal modo que, cuando desde Podemos, o también desde el PSOE, se habla de la pluralidad de España, no se sabe si esa pluralidad conserva o no la unidad (como no se sabe tampoco, es un misterio semejante, si el Dios de la teología trinitaria es uno o trino).

En un vídeo reciente, producido por Público TV, Juan Carlos Monedero, que es como el gato de Schrödinger del podemismo (está y no está en el Partido), hizo gala de sus dotes como “comunicador” y, con un gran despliegue performativo (con mapas interactivos y todo), nos explicó a los españoles, en un tono así muy paternal, como para lelos, qué significa eso de la “plurinacionalidad de España”, a ver si nos entra en nuestra castiza cabeza.

“El mapa de España está en constante evolución”, dice el Herr profesor de Políticas, porque, aclara perspicaz, “los que ocultan su ignorancia histórica bajo bandera rojigualda de 24 m² obvian que España nunca ha sido una”, y lo subraya con tonito.

Y comienza, a partir de aquí, a ilustrarnos, valiéndose de un célebre mapa de la época de Isabel II (y que distingue entre una España Uniforme, otra Foral y otra Asimilada), diciendo cosas como, por ejemplo, (esto es literal) que Álava, Guipúzcoa y Vizcaya son “territorios que gozaban de unos fueros propios, que se remontan a antes de la Edad Media [sic], y que los perdieron en la guerra de Sucesión, cuando vinieron los Borbones a sustituir a los Austrias, porque apoyaron, estas provincias, al que ganó, a diferencia de los catalanes” (¿?!!).

Poco después, dice, que esos mismos fueros “se mantuvieron a la finalización de la primera Guerra Carlista” (¿?!!), y continúa, de hito en hito, por ese pintoresco disparadero en el que Felipe V se convierte en el gran artífice del mal unificador (pero sin unificar nada, porque derechos e instituciones continúan, según él, siendo reconocidos en el siglo XIX).

Pero lo que me llamó poderosamente la atención, entre disparate y disparate, es que, desde el principio, descalifica la acción de la reforma administrativa promovida por los liberales de Cádiz y afrancesados, en concreto a la división provincial de Javier de Burgos de 1833, y la descalifica para abrazar, en plan servil o carlistón, la administración desigual, llena de fueros, libertades, franquicias y privilegios del Antiguo régimen. Observa como negativo el centralismo, que era lo que defendían liberales y afrancesados, para defender fueros y privilegios como hacían serviles, primero, y carlistas después.

Es curioso que Podemos, el no va más del “progresismo” correctista y cool, termine aferrándose, en el siglo XXI, a las bondades del hecho diferencial pre-revolucionario, foral y tradicionalista del XIX.

Sin duda, Monedero firmaría aquello que decía el carca Taboada de Moreto, en 1834, que “el nuevo despotismo llamado centralización, introducido con la dominación [de la regente] Cristina por los mismos autores de la constitución gaditana, ha cambiado todas las instituciones protectoras de nuestra libertad. [...] la más dura esclavitud han sido los funestos resultados de tan criminal innovación. Por consiguiente, de la violación de las leyes fundamentales nace este moderno despotismo” (Antonio Taboada de Moreto, El fruto del despotismo, 1834).

Y, sin embargo, rechazaría o impugnaría Monedero aquello otro del doceañista -liberal, por tanto- Canga Argüelles, cuando afirmaba que “nada había más funesto que llevar a las Cortes pretensiones aisladas de privilegios y de gracia: el aragonés, el valenciano y el catalán, unidos al gallego y al andaluz sólo será español; y, sin olvidar lo bueno que hubiere en los códigos antiguos de cada reino para acomodarlo a la nación entera, se prescribirá como un delito todo empeño dirigido a mantener las leyes particulares para cada provincia, de cuyo sistema nacerá precisamente el federalismo, la desunión y nuestro infortunio” (Reflexiones sociales, o idea que un patriota español ofrece a los representantes de Cortes, de 1811).

En definitiva, no sabemos, después del ilustrativo vídeo del Herr profesor, si España es una o ninguna (como el chiste), pero es claro que Podemos está con la reacción y el “vivan las caenas” de la descentralización.