Ni siquiera el asesor político más oscuro aúna tanto poder como los autores de las frases que envuelven los azucarillos. Esos discípulos de Goebbels -cuyos nombres desconocemos- esculpen las voluntades del hombre en su hora de mayor indefensión, cuando todo es legaña, instinto y somnoliencia.

Por la noche, recostados en las barandillas de sus terrazas, otean nuestra gracia y nuestro fracaso. Siempre con el rostro en la sombra, acaban sonriendo. Sonríen mucho. Porque sus dichosas frases del amanecer determinan nuestra actitud.

Salvo algunos buenos samaritanos de tradición oriental, estos maestros sofistas redactan un caldo de letra que nos mantiene aturdidos, siempre en movimiento, en constante huida hacia ninguna parte.

Por fortuna, comenzamos a cobrarnos la venganza el día que uno de los dichosos azucarillos cayó en manos de Jorge Freire, filósofo. El papelito decía así: "Hacia atrás ni para tomar impulso". Hoy, servimos en plato frío el pescuezo de estos poderosos ministros de la propaganda gracias a una estocada titulada Agitación (Páginas de Espuma, 2020).

En términos ibéricos, sería una ofensa calificar estas páginas como "libro de autoayuda". Así se refería Luis Rojas Marcos a sus trabajos... hasta que se dio cuenta de que, al contrario que en Estados Unidos, aquí resulta hiriente tal catalogación. Digamos, entonces, que se trata de un manual contra las enfermedades más propias de nuestra era: la ansiedad y la impaciencia.

Freire alerta de que Blaise Pascal, ¡hace ya cuatro siglos!, diagnosticó que la mayoría de nuestros males derivan de la incapacidad para quedarnos quietos, a solas con nosotros mismos, en una habitación. Pobre Pascal, ¡hoy se habría pegado un tiro!

Fíjense en el Metro: es el mejor concentrado de la impaciencia. WhatsApp, Instagram, Twitter, libro, música... Todo a la vez. Por no caer en el catastrofismo, conviene apuntar que el ser humano es una criatura maravillosa: ¿cómo salimos adelante cada día en la oficina si no somos capaces de concentrarnos en una sola cosa? Pues lo hacemos.

"Nunca estamos propiamente dormidos; nunca estamos despiertos del todo", reseña Freire. Atravesamos las semanas absortos en ese estado de vigilia que anula, a partes iguales, tanto el verdadero cansancio como el verdadero disfrute.

Por decirlo con palabras de Lao-Tse -cita que trae el filósofo y no quien esto escribe-, "sabio es quien sabe estar alerta y en reposo". O dicho de otra manera: no hay mayor lucidez que la del centinela capaz de respirar hondo cuando suenan los disparos.

La metáfora de los azucarillos para ilustrar la ansiedad que atenaza al homo agitatus del que habla Freire es muy acertada, ya que marca el inicio de ese eterno retorno en el que se han convertido nuestros días. Ese "supermercado" del "goce obligatorio", ese maldito "carnaval indefinido" donde "la euforia y el desaliento se confunden".

"Yo he dejado de creer en grandes acontecimientos cuando estos se presentan rodeados de muchos aullidos y mucho humo", recuerda Freire que dijo Nietzsche. ¡Y lo dijo cuando todavía no habíamos sido sometidos por la dictadura de las pantallas!

Todo son jóvenes haciendo parapente, influencers descubriendo restaurantes, periodistas emborrachando Twitter, espectadores malcomiendo series... No olvidaré aquel día en casa de Sánchez Dragó, cuando me dijo con tanto cariño como aguijón: "¡Os vais a surfear a Bali y ni siquiera habéis estado en Cuenca!". Poco después, compré mi primer billete a la ciudad de las casas colgadas.

Hay veces que los mejores libros de verdadera ¿autoayuda? son aquellos que muestran las crisis en su versión más descarnada. Así lo hace Freire, remedando y actualizando esa "sociedad del trabajo" de la que habla el surcoreano Han. Nuestros placeres son, en el fondo, aquello que hacemos... ¡mientras trabajamos!

Apenas sobreviven estrellas polares que nos inviten a combatir la agitación. Una de ellas es este libro, pero para aprender... hay que concentrarse.