En la primavera de 1901, Joaquín Costa presentó en el Ateneo de Madrid la memoria y las conclusiones del estudio que la institución le había encargado sobre el tema recogido bajo este título: Caciquismo como la forma actual de gobierno de España: urgencia y modo de cambiarla. La memoria y los 61 informes que habían servido de base para su elaboración se publicaron al año siguiente en un libro que incluía un Resumen de la Información, elaborado por el propio Costa. Al final del mencionado resumen se incluye una perla literaria que lo cierra a guisa de guinda del documento. Bajo el epígrafe El programa de resurrección política del profeta Ezequiel, Costa resume en tres puntos, inspirados en el libro del profeta hebreo, el programa de regeneración que se debía afrontar para sacar a la nación de la postración en la que la habían sumido siglos de ineptitud oligárquica y caciquil.

Para ello enumera las políticas que Ezequiel propone a sus compatriotas para la salvación de Israel. 1ª. Política libertadora: esto es, la "cesación de los oligarcas que abusaban de su poder, apacentándose a sí propios, engordando con la leche y la carne de las ovejas, sin cuidarse de apacentar y defender a estas, y sustitución de estos tiranos por un pastor único que apacentase y defendiese a todos en justicia". 2ª. Política pedagógica: que se traduce en "la reforma del hombre interior, quitar al pueblo el corazón de piedra que tenía en el pecho y darle un corazón de carne, encendiendo en él un espíritu de bien y de verdad". 3ª. Política económica: o "convertir las tierras incultas en huertas, para que el pueblo no sufriese más el oprobio del hambre".

Libertad, cultura, bienestar. He ahí la clave, dice Costa.

Releer este viejo documento en la semana en que The Lancet concluye que nuestros pésimos resultados en la lucha contra la pandemia derivan más de la insolvencia y la incoherencia de quienes nos dirigen que de la indisciplina de los ciudadanos, que no han seguido con menos obediencia que otros las obligaciones que las autoridades les asignaron —cuando lo hicieron—, invita como tantas otras cosas en la España de hoy a la melancolía, si uno tiene templado el espíritu, y a la cólera, si no es el caso.

El espectáculo que nos han dado nuestros líderes —que salvo algún momento puntual vienen dándonos en los últimos meses— recuerda demasiado a la descripción de esos pastores con más inquietud por el engorde propio que por la suerte del rebaño. La cacofonía que han logrado crear con su disparidad de criterios y decisiones, llegando al absurdo de que se confine en una comunidad con la quinta parte de casos que en otra, con lo que se transmite a la sufrida ciudadanía que el rigor científico y la coordinación más elemental brillan por su ausencia, no es más que el último de los síntomas de una horrenda gestión.

Con estos mimbres, que acreditan el fallo estrepitoso del primero de los requisitos para la regeneración colectiva, los otros dos, la apuesta por la cultura y por el bienestar, se sitúan en los dominios de la utopía. Y como no parece que vayamos a resolver a corto plazo las disfunciones de esta partitocracia, que es digna sucesora del ancestral caciquismo oligárquico y que como aquel coloca una y otra vez a inútiles en puestos de alta decisión, lo que la emergencia en curso demanda es arbitrar alguna suerte de mando único que zanje cuanto antes tanto despropósito. Que lo funden en la norma que sea y lo llamen como les plazca; pero que cuando se deba adoptar una medida para salvar vidas, esta sea sólo una y se aplique y exija de una manera consistente.

Y ya puestos a pedir, que ese mando único lo ejerza alguien de solidez y capacidad probadas: Angela Merkel, Jacinda Ardern. Págueseles por el servicio lo que pidan. Barato nos saldrá.