Al final de su vida, poco antes emprender el rumbo a Valhala, el cielo donde reside el dios Odin, la histórica guerrera Lagherta dice a su asesino en la serie de televisión Vikingos: “No tengo miedo. He tenido una vida llena”.

Quizá todo se limite a eso: a tener una existencia que uno, en sus últimos segundos, juzgue que ha sido bien vivida. Y, tal vez, sea eso mismo, la impresión de haber vivido al máximo, lo que impulse al coraje y lo haga vencer al miedo en los instantes que preceden al tránsito hacia lo que sea que se encuentre al otro lado.

Nos vamos sin nada, sí, como llegamos. Lo que ocurre en medio, si tiene el sentido adecuado, proyecta la percepción de un periplo vital que realmente ha valido la pena, el objetivo último que da sentido a nuestra existencia.

Porque, como en una ocasión anterior establece el mismo personaje tras haber rozado la muerte en su última batalla, de la experiencia sobre la frontera solo logró concluir que la vida tiene que ver, esencialmente, con el sufrimiento. Y, añade, cómo lo manejamos es lo que nos coloca en un lugar privilegiado, el que nos conduce a los cielos de cualquier religión, o en otro, desde el que no se divisa paraíso alguno.

Resulta singular que, doce siglos después de que Lagherta combatiera en Escandinavia y se convirtiera en una leyenda, aún seguimos enfrascados en los mismos asuntos: en las guerras por el poder, en los conflictos para lograr expansiones territoriales, en las luchas por la riqueza; sigue habiendo torturas -no tan salvajes, cierto, pero quizá peores precisamente por su refinamiento-; sigue habiendo reyes corruptos y héroes que lo apuestan todo en favor de la libertad, y una población que se arrima a los primeros o a los segundos, en función de la dimensión humana de cada uno.

Uno de los buenos es Jimmy Lai, el fundador del periódico de Hong Kong Apple Daily, que esta semana ha sido detenido -y luego liberado- a instancias del Gobierno de Pekín. Los empresarios de los medios de comunicación siguen constituyendo una amenaza para los gobernantes que pretenden impedir el ejercicio de la libertad, o el de la disidencia.

En tiempos de Lagherta los vikingos viajaban y saqueaban los lugares que encontraban al final de sus rutas marítimas. Pero también viajaban buscando la prosperidad con acuerdos comerciales, o lo hacían para conocer territorios lejanos. Y también, en ocasiones, los nórdicos abandonaban sus tierras buscando la supervivencia que ofrecen otras con mayores posibilidades.

Eso mismo, como vemos casi cada día, continúa ocurriendo. Las migraciones en busca de instrumentos que acerquen la felicidad, o al menos la subsistencia, persisten. Del mismo modo que se mantiene, también con frecuencia, el discurso contra los recién llegados. Como ha recordado el abogado Antonio Garrigues Walker en una entrevista reciente, “los movimientos migratorios son positivos para el país que los recibe”. Sin embargo, recuerda, a pesar de que más de tres millones de españoles tuvieron que refugiarse en Europa por razones políticas o económicas hace solo unas décadas, ahora muchos rechazan la llegada de migrantes del continente que nos mira, con envidia y entusiasmo, desde el sur del Estrecho de Gibraltar.

Lagherta, aquella legendaria guerrera, protegió el mundo vikingo con toda la fogosidad que reunió en sus múltiples batallas. Nosotros, porque no hemos aprendido gran cosa desde el siglo IX, debemos preservar el nuestro aunque a menudo, asomados a la máxima perplejidad, advirtamos que eso significa, exactamente, protegerlo de nosotros mismos.