La Carta XXXIV, de Gazel a Ben-Beley, de las Cartas Marruecas de Cadalso (publicadas, por cierto, póstumamente en fecha tan señalada como la de 1789) está dedicada a una “secta de hombres extraordinarios”, dice irónico el gaditano, que se ha extendido por España en el siglo XVIII más rápidamente que la ley de Mahoma por Asia y África: la secta de los “proyectistas” (ya Quevedo en El Buscón había hecho burla de ellos, aunque en el siglo de Quevedo se les llamaba “arbitristas”).

Pues bien, refiere Cadalso la “ideaca” de uno de estos proyectistas que había pensado, para impulsar la prosperidad de España (un tanto estancada en el siglo XVI, admite Cadalso), e igualarla así a otras naciones, la construcción de dos canales cruzados, extendidos sobre la península en forma de aspa de San Andrés (uno desde La Coruña a Cartagena, y el otro desde el cabo de Rosas al de San Vicente), y que dividiría a España en cuatro “partes integrantes”, septentrional, meridional, occidental y oriental. En el cruce entre los dos canales se formaría una isla, con “mi nombre”, dice el “humilde” proyectista, en la que, tras su muerte, se levantaría un monumento para que todos los proyectistas fueran en romería a homenajearle.

Pero lo “sublime” de la especulación, continúa Cadalso irónico, es la siguiente medida que facilitaría la administración de justicia en cada parte, y la felicidad de los pueblos que las habitan, a saber: “quiero que en cada una se hable un idioma y se estile un traje”, afirma resuelto el proyectista. “En la septentrional ha de hablarse precisamente vizcaíno; en la meridional, andaluz cerrado; en la oriental, catalán; y en la occidental, gallego”. En cuanto al traje también da detalles de la respectiva folclórica indumentaria que han de llevar en cada región.

Además, en cada una de las “referidas partes”, continúa el proyectista, casi que avanzando el título VIII de nuestra actual Constitución, “quiero que haya su iglesia patriarcal, su universidad mayor, su capitanía general, su chancillería [alto tribunal de justicia], su intendencia, su casa de contratación, su hospicio general, su seminario de nobles, su departamento de marina, su tesorería, su casa de moneda, sus fábricas de lanas, sedas y lienzos, su aduana general”.

Termina redondeando su idea este “hombre extraordinario” diciendo que la Corte se iría trasladando de parte a parte estacionalmente (en invierno a la septentrional, en verano a la meridional, etc.), de tal modo que, con una Corte ambulante, no habría capital.

Mutatis mutandis, los actuales “republicano-federalistas” son, sin duda, dignos sucesores de estos proyectistas del XVIII, pero moviéndose en un terreno si cabe más vaporoso, más “sublime”, si se quiere, porque aún no han tenido a bien concretar, según esa idea “plurinacional” de España, de cuántas naciones -y cuáles- estamos hablando (tan sólo Iceta se ha atrevido a aventurar una cifra, pero él mismo reconocía tentativa). Es verdad que tienen, en cualquier caso, el respaldo de ese no menos “sublime” artículo 2 de la vigente Constitución.

El actual vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, es sin duda uno de esos “hombres extraordinarios” de la secta proyectista republicano federalista y ha aprovechado, ya que el Rey “emérito” pasa por Punta Cana, para lanzar con entusiasmo, una vez más, la idea de “una república federal plurinacional” (colándosele, por cierto, en la fórmula un unitarismo de lo más “facha”), pero de nuevo sin concretar cuáles serían las partes que, una vez contempladas como separadas, procederían a unirse federalmente.

La “ideaca” consiste ahora, pues, en separar lo que ya está unido, para ulteriormente volverlo a reunir “federalmente”, pero sin nunca definir las partes que se federan (ni siquiera se arriesgan a ofrecer un “aspa de san Andrés” que, por lo menos, como en las Cartas Marruecas, sirva de guía).

Cadalso termina su carta describiendo cómo el proyectista, a medida que iba perfilando su plan del canal de San Andrés se iba alterando, entusiasmado con el desarrollo de su propia idea, y, con la excitación, se le iba secando la boca, el cuerpo se convulsionaba con aspavientos, los ojos giraban, “y todas las señales de un verdadero frenético”.

Entonces el interlocutor del proyectista, dice Cadalso, viendo la espiral delirante en la que estaba entrando, y para evitar el colapso, corta en seco la conversación y le dice para despedirse: “¿Sabéis lo que falta en cada parte de vuestra España cuatripartita? Una casa de locos para los proyectistas de Norte, Sur, Poniente y Levante”.
Pues eso.