Como es sabido, esta es la respuesta que obtuvo Fernando de los Ríos de Lenin durante su “viaje a la Rusia sovietista”, cuando aquel le preguntaba a este por la libertad de prensa, sindical, etc, durante el proceso de transformación revolucionaria iniciado en octubre de 1917.

En cierta ocasión, estaba yo discutiendo estos temas por redes sociales con Pablo Iglesias (antes de su catasterismo podemita), y recuerdo que se introdujo en la discusión su padre -el de Pablo Iglesias- para puntualizar algo interesante, que yo desconocía, y es que la conversación entre ambos, entre Lenin y Fernando de los Ríos, transcurrió en francés (“Liberté, pour quoi”).

El pasado domingo, el partido Vox organizó una manifestación-caravana en todas las capitales de provincia española, llamada (con almohadilla tuitera incluida) “FaseLibertad”.

La libertad es de esos llamados hoy “significantes vacíos” (sincategoremático, lo llamaban los escolásticos), que a modo de función matemática (f(x)), sólo adquiere un significado cuando damos valor a “x” y, además, siempre con respecto en un dominio (A) o universo del que estemos hablando.

La libertad, así, sin parámetros para la función, resulta tan abstracta que su reivindicación es completamente ambigua (nadie, claro, quiere ser esclavo).

El caso es que, cuando esa “x” tiene que ver con contenidos políticos, la libertad se dice soberanía, esto es, la libertad de la acción del Estado (siendo la soberanía el núcleo de la sociedad política), y la servidumbre (contraria a la libertad) estaría en todo aquello que frena la libre acción del poder político.

Pues bien, en España existe una ideología, el nacionalismo fragmentario, que ha cristalizado, además, institucionalmente (en forma de ordenamiento jurídico), y que es la ideología que verdaderamente amenaza la libertad en España (esto es, la soberanía).

Cuando Vox, sin embargo, sale a la calle pidiendo “libertad” contra un gobierno “socialcomunista”, está desviando totalmente la atención sobre el verdadero problema, que es el separatismo y su complicidad podemita. Oculta Vox -disfraza- como “comunismo” al separatismo buscando, seguramente, arrastrar a toda esa multitud que, descontenta con la gestión del Gobierno durante la pandemia, pudiera sumarse a la reivindicación nacional (de la soberanía nacional), amenazada por el separatismo, pero lo hace a costa de engañar y desacreditar la propia posición, al hacer falazmente del Gobierno un “hombre de paja”.

Al introducir la variable “x” en esas coordenadas “anticomunistas”, el significado de “libertad” cambia, y se vuelve completamente confuso.

Vox proyecta sobre el Gobierno la idea de que el confinamiento es un “encierro”, obviando el hecho de la pandemia, y convierte esa reivindicación de “libertad” en algo absurdo, casi una caricatura (libertad ¿para qué?, ¿para el contagio?, ¿para la acción virulenta de la Covid 19?).

Gulags, chekas, paracuellos, genocidio, etc. Con estas palabras ha dibujado Vox la situación de los últimos tres meses, haciendo un esperpento de su propia posición. No hace falta la hipérbole y el desquiciamiento, dibujando un escenario orwelliano completamente irreal, para criticar la acción de este Gobierno.

Es más, esa caricatura debilita totalmente la crítica cabal hacia el Gobierno y, encima, divide a la sociedad española, debilitándola ante la amenaza, real, beligerante, separatista. Todavía diría más, cuanta más “libertad” se reclama en este sentido, más esclavo se está de esta ideología nacionalfragmentaria, precisamente al traer a colación el trampantojo del “comunismo” (cuando el comunismo real -el de la URSS- desapareció hace cuarenta años, derrotado -y bien derrotado está- por los EEUU).

Vox se vio, incluso, en la necesidad de disfrazar al virus de “chino” y de “comunista”, para así ganar fuerza propagandística (descartando, sin pruebas, la hipótesis plausible del origen “natural” del virus), pero perdiendo en consistencia argumentativa.

Y es que esta posición (de la que ha hecho seguidismo el PP) lo que produce es un atrincheramiento sectario de las posiciones de los partidos de ámbito nacional, en un “antifascismo” unos, en un “anticomunismo” los otros, cuando no existen, ni en los unos ni en los otros, tales programas políticos.

La complicidad del podemismo con el separatismo no procede de su “comunismo”, sino del posmodernismo globalista, cuyo núcleo teórico no está en Lenin (“El imperialismo, fase superior del capitalismo”), sino en Foucault, Deleuze, Negri y Hardt (“Imperio”).

Un juego de espejos, de apariencias falaces, lleno de reflejos y deformaciones caleidoscópicas, con acusaciones mutuas de golpismo, que no hacen más que erosionar al Estado y a sus instituciones, mientras el separatismo se frota las manos. Y todo ello en una España poscovid, además de más maltrecha y pobre, también más dividida políticamente, esto es, menos libre.