“Estamos mal, pero menos mal que estamos”, resumió la ministra portavoz María Jesús Montero en el Congreso. Concluía así su réplica a Íñigo Errejón, presidente de Más País, que le había interpelado sobre la posibilidad de crear una “tasa Covid” dirigida a los españoles con mayores recursos económicos.

Cerca, Pablo Iglesias estrenaba una chaqueta que parecía quedarle grande. Si no era de estreno, lo parecía. Poco antes, el vicepresidente segundo regaló una confesión -hasta parecía un tanto resignado al hacerlo- claramente innecesaria, ya que esa realidad todo el mundo la conoce: “soy un privilegiado, tengo jardín”.

El malabarismo lingüístico de Montero, todavía más que la pradera del comunista, sintetiza de forma contundente la opinión del Ejecutivo sobre su actuación durante estos tiempos de crisis sanitaria. El Gobierno vive refugiado en una especie de edén intelectual donde no nace la autocrítica, y cree de verdad que está “salvando vidas”, al tiempo que rechaza responsabilidades sobre las más de 18.000 que ya se han perdido.

La pandemia azota a todo el mundo, pero no a todo el mundo lo castiga del mismo modo. Corea del Sur, que tiene una población, una esperanza de vida y una media de edad similares a la española, ha sufrido sin embargo un castigo 80 veces inferior al que se ha registrado en España. En el país de Moon Jae-in solo han muerto 225 personas. En el de Sánchez, 18.706, según el último recuento.

Bueno, más bien, según los números oficiales, porque una información que ha publicado Miguel Ángel Mellado, director de Información de EL ESPAÑOL, eleva el número de muertos a una cifra que ya supera los 27.000.

Sí, menos mal que están Montero e Illa y los demás ministros al frente de la lucha contra la pandemia. El FMI prevé que cuando salgamos de la crisis sanitaria -si lo hacemos, que aún está por ver-, afrontaremos la económica, que parece otro tsunami, también de una envergadura extraordinaria.

Perturbada por la contracción que produce el confinamiento en todo el planeta, la economía global caerá una media del 3%; en España ese número alcanzará el 8%, con un desempleo que se disparará a un dramático 20%.

Aun así, a pesar de unas estadísticas calamitosas -España es el país del mundo con mayor índice de muertos por millón de habitantes por culpa del coronavirus-, cerca de la mitad de los españoles tiene mucha o bastante confianza al respecto de la gestión de su Gobierno frente a esta tragedia provocada por el Covid-19.

Esto refleja la complejidad de un asunto que no es menor: la tendencia que existe a creer a quienes queremos creer, independientemente del entorno o de cuáles sean los datos existentes. La batalla entre lo que parece y lo que es. Para el Gobierno, es posible que resulte tan importante que parezca que tenemos mascarillas de sobra y test de todas las velocidades como que de verdad tengamos ambas cosas. Y no es lo mismo.

Pero importa, hoy más que nunca, proyectar una determinada percepción de lo que está pasando, generando una sensación que discuta, da igual con qué argumentos, lo que verdaderamente está ocurriendo.

Quizá por eso, por esa visión desde el edén, seguramente adulterada por el confinamiento de una perspectiva inamovible, y también por el deseo de ver la realidad como se ambiciona verla, la ministra portavoz se atrevió a reflejar, con su frase pretendidamente revoltosa, todo el ego de quien gobierna sin dejar el menor espacio a la crítica, y mucho menos a la condena: “estamos mal, pero menos mal que estamos”.