Hace un par de semanas me hice una colonoscopia. Bueno, no me la hice yo, me la hicieron. Me gustaría poder decir que un servidor es capaz de hacerse una autocolonoscopia con un iPad y una GoPro atada al palo de una escoba, pero mentiría: hace años que no tengo iPad.

Mi médico de cabecera en Barcelona llevaba años avisándome de que la colonoscopia es, no ya recomendable, sino imprescindible entre los 40 y los 45. Y en mi caso, con antecedentes fatales en la familia, todavía más.

Pero, ah, señores. Un servidor es de suyo procrastinador, además de aprensivo, y lo iba retrasando, retrasando y retrasando a la espera de que, en mi lecho de muerte, a los 127 años de edad, mi médico me dijera: "Mira, Cristian: ahora ya, pollas".

El caso es que, no me pregunten por qué, pero fue mudarme a Cádiz y pensar "me la hago". Comprendan mis reparos: en mi vida he pasado por un quirófano. Ni siquiera me han puesto puntos. Mucho menos una vía.

El evento más notable en mi historial médico, de hecho, es un dislocamiento de codo bastante feo. Uno de esos que ríanse de la niña de El exorcista bajando las escaleras del revés. Sucedió cuando tenía 16 o 17 años y se solventó como se solventan estas cosas. Conmigo boca abajo en una camilla y con un tipo, no ya grande, sino espacioso, estirando del brazo para desencajarlo de nuevo y recolocarlo en su sitio.

Recuerdo que el primer intento de recolocación falló y el tipo tuvo que pedir la ayuda de otro médico tan o más espacioso que él. Yo no sé lo que duele un parto, pero si el médico me llega a decir "felicidades, ha tenido usted un niño-codo" a mí no me habría extrañado nada porque vi las estrellas y hasta los universos paralelos con meridiana claridad.

Juro, y esto no es una exageración, que el segundo médico le dijo al primero "lo estás girando mal". Y, efectivamente, lo estaba girando mal. Al segundo intento la cosa funcionó, el codo hizo "catacrac" y desde ese día el diccionario de la RAE cuenta con una docena de nuevos insultos que yo mismo improvisé a pie de camilla.

El mejor chiste de la noche, por cierto, fue el de un amigo que, todavía con las botas de fútbol puestas –me disloqué el codo jugando un partido–, me dijo, con total seriedad, "te podrían haber dejado el brazo del revés y así al hacerte pajas te parecería que te las está haciendo otro".

La innovación tecnológica es el atributo masculino por excelencia, señores. Lástima que mi amigo me avisara tarde, cuando el codo ya estaba de nuevo en su sitio.

Pero yo estaba hablando de mi colonoscopia.

El caso es que un día antes de la colono debes tomarte unos polvos laxantes llamados Pleinvue. Hay más marcas, pero a mí me recetaron esta, que resultó ser la más cara de todas las posibles. "Bueno, si es la más cara será porque es la más buena" pensé yo.

Joder si era buena. Echas esos polvos por la taza del lavabo y pones en órbita todas las tapas de las alcantarillas desde Cádiz hasta Bilbao. Del sabor de la cosa hablamos otro día: es como agua de mar con sabor a mango.

Total. Que llegué al día siguiente a mi cita para la colono con unos intestinos en los que podría comer sopas hasta la reina de Inglaterra.

No sé cómo explicar esto sin sonar frívolo, pero mi deseo principal en ese momento era que los enfermeros fueran feos como un estibador jorobado de los muelles de Marsella. Por aquello de que la colono es una prueba en la que le presentas tu cara menos digna al mundo y lo último que quieres ver al lado de tu camilla es a Jessica Chastain. Es puro narcisismo absurdo, lo sé, pero pídanle ustedes cuentas a la naturaleza humana.

Pero no cayó esa breva porque aquello parecía el plató de Los Ángeles de Charlie. "A ver, ¿dónde está la cámara oculta?", pensaba yo. Pero lo que no tiene remedio no tiene remedio y para qué preocuparse.

"¿Qué, Cristian, estamos tranquilos?", me preguntó entonces mi doctora. ¿Y yo qué iba a responderle? "Por supuesto, dadle duro, soy una roca humana, puro acero para barcos, el rey del rock’n’roll y el ayatollah de las colonoscopias, dadme un palo para morder y sacad el machete".

Pero me ponen la pinza esa en el dedo, la que mide las constantes vitales, y la máquina traidora me delata: el corazón me iba a 573 pulsaciones por minuto. "Mira el Cristian", dice un Ángel de Charlie, "va como una moto".

Y añade: "Pero como una moto en el circuito de Jerez, ¿eh?".

Y ahí ya dices: "En el día de hoy, cautiva y desarmada tu dignidad, han alcanzado las tropas sanitarias sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".

En honor a la verdad, a mí lo que me preocupaba era la sedación. En mi cabeza, yo imaginaba la sedación como un procedimiento brutal. Algo así como desenchufar la aspiradora de golpe sin apagar antes el interruptor.

Pero resulta que la sedación te provoca un globo maravilloso. M-A-R-A-V-I-L-L-O-S-O.

El asunto es que estás ahí, ofreciéndole el culo a la concurrencia, y todo empieza a importarte un pimiento. Arrancas a flotar, se te aflojan hasta los empastes, despegas de la camilla y, de repente, ya ha pasado todo.

Te despiertas, aunque no tienes la sensación de haberte quedado dormido, y ahí estás, en tu nube. Lucy en el cielo con diamantes.

Y va mi doctora y me dice:

–Qué, Cristian, ¿cómo ha ido todo?

Y yo voy y respondo.

Ha sido muy romántico.

Juro que respondí "ha sido muy romántico". Yo quería decir que todo bien, que una admirable profesionalidad la suya y que si lo llego a saber vengo antes. Pero pídanle ustedes a un tipo que anda con uno de los mejores colocones de su vida que atine con la palabra correcta. "¿Romántico? ¿He dicho romántico?", pensé. "Pues romántico, claro que sí. Viva el amor".

Al parecer, lo primero que le pregunté a la enfermera fue cuándo podía comerme una hamburguesa con patatas fritas. Las prioridades son las prioridades. "Hoy no, mejor mañana" me respondió.

Luego, mi chica me explicó que la doctora le sonreía cuando salió a decirle que su motorista de Jerez estaba sano como un tomate de la huerta murciana. Pero claro, ¿cómo no sonreír? "No veas las filigranas que debe de hacerle esta en casa al chaval si una colonoscopia le parece romántica", debió de pensar. 

Sirva esta columna, en fin, como servicio de utilidad pública. Háganse la colono de una vez si aún no se la han hecho y han cumplido ya los cuarenta. No se lo pasarán mejor en su vida y se ahorrarán sustos. Yo ahora ando ya impaciente por la siguiente y eso que me toca dentro de cinco años. Pero es que soy un romántico.