La película 1917 de Sam Mendes, con diez nominaciones a los premios Oscar, tiene la virtud de hacer vivir al espectador, desde dentro, el horror y destrucción de aquella Gran Guerra que fue el inicio de la decadencia política de Europa, culminada en la II Guerra Mundial y en el establecimiento del totalitarismo comunista en la mitad oriental del Continente, hasta 1989.

Las numerosas y elogiosas críticas de esta película en España pasan por alto la fortuna de nuestro país, fruto de una decisión inquebrantable del rey Alfonso XIII y Eduardo Dato, presidente del Consejo de Ministros de S. M., de librarnos de participar en la contienda por medio del Real Decreto de estricta neutralidad del verano de 1914.

El zar de Rusia, Nicolás II, no escuchó el prudente consejo del conde Witte, ex primer ministro del Gobierno de Rusia, y del santón Rasputín; ambos hicieron saber al zar que la guerra dilucidaba un contencioso entre Francia y Alemania en la que Rusia no tenía nada que ganar y sí mucho que perder. El zar no les escuchó, y al final, después del sacrificio de tres millones de soldados rusos, perdió el trono en febrero de 1917 y, con el golpe de Estado comunista de Lenin en Octubre, la propia vida y la de toda la familia imperial.

En 1916, presidía el Gobierno del Reino de España el conde de Romanones, más proclive a favorecer a los aliados y con una opinión pública soliviantada por la provocación de los submarinos alemanes que hundieron 87 barcos españoles (casi el veinte por cien de nuestra flota mercante) y murieron 271 marineros.

Recuerda el conde en sus memorias: “Francia, más que Inglaterra, nos acuciaba pidiéndonos nuestra colaboración bélica. Yo me resistía con decisión firme, y sin duda con la esperanza de convencerme acudió a San Sebastián, con la reserva más absoluta, Julio Cambon, embajador de Francia en Madrid… Lo mismo el embajador Cambon que el ministro de Asuntos Exteriores francés, Ms. Pichon, se entrevistaron con el rey en un sitio excéntrico, en pleno campo, entre San Sebastián y Pasajes y allí hablaron largamente. Se llevaron estas conversaciones con tal sigilo que nadie tuvo conocimiento de ellas…”.

El motivo del “sigilo”, del secreto de la reunión, era el elevado número de espías alemanes presentes en San Sebastián atentos a cualquier giro en la neutralidad de España. A pesar de las presiones de Francia, el rey tuvo el acierto de no caer en los cantos de sirena del ministro Pichon y dejarse a arrastrar a la Gran Guerra.

La teoría de que nuestra participación y eventual victoria junto a los aliados hubiera supuesto una democratización efectiva del régimen liberal de la Restauración de 1876 no se compadece con lo ocurrido en Portugal e Italia. Ambos países se incorporaron a la guerra junto a los aliados, padecieron los desastres de la guerra, la ganaron y no por ello sus regímenes políticos consolidaron regímenes democráticos sino todo lo contrario: Portugal se deslizó hacia el salazarismo (gobierno de partido único hasta 1974) e Italia hacia el fascismo.

Aunque resulte políticamente incorrecto, (espero no me sancione la “Comisión de la Verdad” de la memoria histórica) la decisión de Franco de no entrar en la II Guerra Mundial, junto a los alemanes, en 1940, en el cenit del poder nazi en Europa, fue un acierto. El coste añadido de la II Guerra Mundial a las pérdidas humanas y materiales de la Guerra Civil, habría terminado con el régimen franquista en 1945 al precio de una devastación de nuestras ciudades, similar a la que padecieron las poblaciones alemanas e italianas.

Sam Mendes, en 1917, no sólo ha producido una gran película: es una lección de historia que nos permite ver, de modo muy expresivo y vivido, el desastre del que se libró España gracias a la visión y decisión de Alfonso XIII y don Eduardo Dato.