Mientras a Plácido Domingo lo crucificaban por un piropo presunto, por una mirada supuesta, por un do sostenido y tenor, sabíamos unos pocos del pastel de la UDEF y los pujoles. Porque España llega tarde y mal a la distracción hollywoodiense del #metoo mientras que los pujoles siguen en la calle haciendo sus cosas, sus ITV, la paella de la Ferrusola, el gargajo oral del patriarca y el viaje al Aneto, que es la cumbre mítica del clan.

A Jordi Pujol le viene bien y le va pegando una serie de Netflix o HBO, una continuación de Narcos o de la de Gil. Porque entre Gil y Pujol no hay tantas diferencias, si bien el hacedor de Marbella nunca miraba a nadie por encima del hombro.

Los Pujol, dice la UDEF, andaban constituidos "como una mafia", y España ni se indigna, ni sale a la calle, con ese gatillazo mental que la tiene comatosa desde que yo la conozco. Jordi Pujol no le acarició una pierna a una mezzosoprano, ni miró goloso a alguna rubia en un teatro centroeuropeo -que la mirada es libre, como el arroyo preñado de primavera de Amancio Prada y de García Calvo-, y por eso hay que perdonarle los pecados. Pujol padre fue español del año porque España es así, generosa como la que más, la que entiende que una cleptocracia les vaya robando de generación en generación, a manos llenas, y con el hijo más listo y el hijo menos listo.

Cuando trascendió el informe de la UDEF donde metían a la estirpe del ex molt honorable en la Historia de la "mafia", las calles de Barcelona no se llenaron de indignados; ninguna activista se puso en tetas en la casita campestre de Queralbs, donde hay que imaginar largas noches con bolsas, billetajes y doña Marta haciendo canelones a su familia, su sagrada familia.

A Jordi Pujol lo recuerda Vázquez Montalbán dirigiendo ejercicios espirituales, alejando al Demonio. Porque el patriarca fue tan temeroso de Dios como amigo de lo ajeno, pero pasa que en el robo y en el silencio y en el Majestic se nos vino a decir que hay una Cataluña pactista.

En realidad, todos hemos escuchado las zarzuelas de Plácido Domingo -nadie recuerda ahora su labor rescatando supervivientes en el pavoroso terremoto del DF- mientras la "mafia" nos tenía adormecidos con sus productos audiovisuales, sus Raholas histéricas, sus Sardás y demás explotando al andaluz y sus chistecitos. Aquella industria que iba reciclando para el porno televisivo lo que Jesús Quintero tenía por bohemios geniales, ratones coloraos y locos del Levante.

En el fondo, era previsible que la España cainita, cojitranca, piorreica, mediopensionista y monórquica (sic) se fuera contra uno de los mitos. Ya nadie resarcirá el nombre de Plácido Domingo ni el saqueo de los Pujol a su pueblo. El próximo en ser señaladado será Perales o será Julio Iglesias, pues los bárbaros llevan tiempo en Roma y un periódico global ya ha abierto un buzón de denuncias anónimas, un consultorio de Elena Francis teledirigido...