Me gustaría ponerme cursi y decir. Decir que el verano me sabe a poesía, infancia, espeto y chancla. Podría citar al amor adolescente, pero el canalla que soy lleva una alopecia por bandera y también el rozón que me dieron en la frente cuando lo del Orgullo, que no me cicatriza bien. Yo sé que el verano es augusto y lento, que diría el poeta. Pero yo no he venido aquí a hacer masturbaciones líricas, sino a picar en el lagarto patrio.

El lagarto es el sanchismo y es María Chivite, y es toda esa gallofa de titulares que me tienen entre el infarto y la náusea. Sánchez veranea con esa pose de galán cateto de película italiana y setentera mientras que se nos queda el país paralizado, como con un corte de digestión interminable.

Sánchez Castejón y el oráculo injertado -Iván Redondo- saben de esa cualidad de España de la pachorra, por la cual Rajoy tuvo su época dorada y a la que hay que recurrir, porque España tiene su mecánica: como el mar su mecánica y el amor sus símbolos. En realidad, esta contemporización de Sánchez está escrita en las nubes, y será cuestión de tiempo que se haga carne mortal.

Quisiera escribir del verano, pero Sánchez nos deja sin ocasión de veranos costumbristas, y así nos tiene tensionados, y con los suyos horadando un Estado del que se servirán mientras lo parasitan. Es verano y quisiera pensar en los libros que me quedan, pero me pongo el documental de Jesús Gil y entiendo el mecanismo último de España: ensayo y error.

Sánchez nos lleva estropeando demasiados veranos, y uno es como el antihéroe de Sergio Leone: perdono pero no olvido. La canción del verano es que las niñas rubias de mi edad están preñadas en un baby boom enloquecido, y la realidad es que así no se arregla ni la España vacía ni el invierno demográfico. O quizá sí.

Duele saber que ya no habrá más veranos como éste, y a mí que no me sale el costumbrismo estival porque veo la gota fría a la vuelta de la esquina. Y a Otegi excarcelando a porrillo y restregándonos su concepto de la democracia.

Y no. No puedo escribir del verano porque me sobra un presidente en funciones y me falta un beso. Me falta que el BOE vaya saliendo y poniendo en prosa burocrática que éste, el de 2019, será el último verano en que fuimos razonablemente felices.

Hay que prescindir de agosto y de Sánchez.