La memoria de ETA es el charco de sangre donde se mojaba los pies España cada semana. Fueron años con los telediarios salpicados por los restos de la gente que pensaba diferente a sus asesinos. Llegaban rodando a la mesa del comedor mientras masticábamos en silencio el ruido de la banda terrorista. Hubo un tiempo en este país donde era muy difícil vivir con algunas ideas en determinados lugares. El puñado de años se ha escurrido como un siglo, pero no hace tanto que los niños nacidos en la década de los 80 nos asomábamos a las explosiones con cierta naturalidad. 

Se ha corrido mucho para solucionar un problema muy jodido para los que trabajan en los basureros de la memoria. Otegi lo llama “avanzar”: somos una generación que escuchamos la retransmisión en directo por radio del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Viajando en aquel Opel Corsa, pensaba que había algo de mentira en los tiros en la cabeza. Un día después, marchábamos por Gran Capitán pidiendo, en realidad, que resucitaran al joven que tocaba la batería.

Mi formación vital ha estado unida a estos dramas, creciendo con pocas ideas claras, apenas una, la necesidad de condenar siempre esas muertes evitando las circunvalaciones del idioma. Luego, entiendes que no es tan fácil, y que en esa convivencia entre las víctimas, el poder político y los asesinos y sus herederos algunos construyen matices. Hay siempre un matiz a tener en cuenta cuando se habla de los nacionalistas que mataron a centenares de ciudadanos, secuestrando un país durante décadas. Vivimos en un matiz eterno, el maquillaje sobre los pasamontañas, esa disyuntiva que justifica el comportamiento alumbrado por genocidas a escala de revólver y zulo. 

Entran en juego los relatos, como si protagonizáramos una serie con varias temporadas en las que hay posibles interpretaciones contradictorias. Leo cómo los cadáveres tan clarísimos que veíamos en la televisión tapados con mantas fosforitas son otra cosa, los muertos de otros, no los muertos nuestros pegados a la conciencia más profunda, sino monstruos que arruinan los planes que tiene la actualidad para el pasado. Supongo que eso es perder. La derrota llueve: es más fácil hablar de “avanzar” que de justicia. Otegi, como otros, señala el camino, pidiendo que no se entretengan los que lloran al pie de las tumbas. ¿Pero, y esto? ¿No lo solucionamos primero? “Avance, venga, no se entretenga”. La cinta transportadora no se detiene. Perder en este caso es mejor: no hay grito que supere nunca el alarido de los enterrados. 

Aunque a veces haya victorias que abran la brecha de los implícitos del País Vasco, ese pacto vergonzoso. A Josu Ternera lo detuvo una chavala de 23 años, asegurando que Josu Ternera sea Josu Ternera para siempre. Un final magnífico para el criminal que empezó a justificar el cargamento de muertos que arrastraba a los que no tuvieron en los telediarios las explosiones. Bajo las alfombras de esa generación pretendía esconderlos. Creo que no se ha dicho suficiente: que te jodan, Josu.