¿Conocen ese viejo chascarrillo que cuenta los cubanos sobre la dictadura castrista, el de "ellos fingen que nos pagan y nosotros fingimos que trabajamos"? En eso andan en estos momentos la Junta Electoral Central y el Gobierno catalán. El Estado finge que impone la ley y Quim Torra finge que la obedece.

Pero no se equivoquen. Sustituir el lazo amarillo por uno blanco no demuestra mayor desprecio a las reglas del juego democrático que ser investido presidente gracias a los votos de quienes te apoyan porque te consideran el Caballo Tonto de Troya gracias al cual lograrán al fin, después de intentarlo durante cien años, robarle el 19% del PIB y el 6,34% del territorio a los ciudadanos españoles.

¿Comprenden el hartazgo? Uno es catalán, catalán de los malos para mayor detalle, y empieza a estar hasta las narices de este eterno, tedioso y desesperante juego del gato y el ratón del que no parecen cansarse ni los nacionalistas catalanes, ni el PP, ni el PSOE. El Estado va produciendo sentencias, requerimientos y resoluciones como quien fríe churros y el Gobierno catalán recibe las notificaciones, se hace una foto burlona con ellas, gesticula un poco de cara a su hinchada, otro poco de cara a la del equipo contrario y procede luego, con gran solemnidad, a pasarse el Estado de derecho por el forro de la entrepierna.

El espectáculo posterior es fantástico. El Gobierno de turno ve la foto del presidente de la Generalidad de turno usando las sentencias del Tribunal Constitucional para desincrustarse los paluegos de las muelas y la interpreta como la prueba incontestable y fehaciente de que en Cataluña existe un problema enquistado desde hace siglos. Y tiene razón. Es el problema que de que en esta comunidad el cumplimiento de la ley es optativo si eres nacionalista o gozas del favor del cacique local de turno.

Luego, el Gobierno procede a ofrecer el oro y el moro al nacionalismo catalán a cambio de unos años más de calma chicha, despeja el problema con un patadón hasta el centro del campo y el paquete queda listo, lazo incluido, para que el siguiente inquilino de la Moncloa de turno se encuentre algún día con una foto del nuevo presidente autonómico catalán de turno y sus consejeros marcándose un bukake con alguna sentencia, requerimiento o resolución de algún órgano del Estado. 

Y así han ido cayendo en Cataluña inmersiones lingüísticas, lenguas propias, préstamos, condonaciones, Estatutos que son Constituciones travestidas de Estatuto, trenes, carreteras, aeropuertos, inversiones extemporáneas, policías autonómicas, competencias de prisiones, vistas gordas, tratos de favor en los centros penitenciarios para los presos nacionalistas VIP, fugados de la Justicia, sentencias sospechosamente leves y, según parece y apuntan todos los indicios, indultos dentro de unos meses. El Salvaje Oeste. 

Y es por esta rutina infinita, a medio camino de lo irresponsable y lo prevaricador, por lo que muchos ciudadanos que aún conservan la fe en el Estado van perdiéndola poco a poco y convenciéndose de que quizá no sea tan mala idea, si la alternativa es este infinito chapotear en el barro por parte de unos y otros, que los catalanes nacionalistas se vayan a tomar viento fresco. Que es probablemente el estado de ánimo que desea provocar el PSOE para colarnos de rondón, aprovechando que el Pisuerga pasa por Waterloo, una reforma constitucional que nos devuelva a los tiempos del Frente Popular y convierta España en un país hostil para el 50% de sus ciudadanos