Al recoger su Grammy, una emocionada Lady Gaga agradeció la oportunidad de haber podido trabajar en Ha nacido una estrella, una película que trata sobre las enfermedades mentales. Pedía que no miráramos hacia otro lado, que pidamos ayuda si somos nosotros los que estamos sufriendo.

Y es que lo de sufrir no está de moda. La tristeza es un coñazo, no te cuento una depresión. No te cuento otras patologías de consecuencias más desastrosas (todavía).

El enfermo siente vergüenza. Soy débil. No valgo. Porque aquí, o embadurnas tus redes sociales con felicidad en pareja, felicidad maternal, felicidad con los amigos, felicidad en la nieve y felicidad en la playa, o eres un anormal. Qué poco interesante.

Llevarle un caldo a tu amigo griposo tiene su punto. Ir al hospital por una apendicitis, pues vale. Visitarlo en el psiquiátrico, en cambio, es duro, es áspero, es oscuro.  Y es que la gripe y las cicatrices se ven. Las cosas del coco solo se notan. Mucho.

Sostener al que, en un momento dado, no se sostiene por sí mismo nos pone a prueba, nos enfrenta con nuestros fantasmas, con nuestra propia debilidad. Esa que, inevitablemente, sentiremos en algún momento de nuestra vida y que, con suerte, o con ayuda, quedará en pura anécdota.

Los factores socioeconómicos, biológicos y medioambientales influyen en nuestra salud mental, pero ser inteligentes emocionalmente nos fortalece frente a los vaivenes de la vida.  Pidamos que en las escuelas sea obligatoria la educación socio-emocional, porque nuestro verdadero éxito depende de cómo nos gestionamos, no de los ríos de España.

Normalicemos, arranquemos estigmas, tabús, gilipolleces. Instruyamos a nuestros hijos sobre las emociones, ayudémosles a identificarlas, enseñémosles que no hay nada malo en dejarse llevar por la tristeza o el nerviosismo en un momento dado, pero que cuando sientan que la vida se les escapa de las manos, deben pedir ayuda. Para eso están los profesionales, para desenredar los nudos del alma cuando estos te impiden avanzar.

Cuántas veces habré escuchado que Yo ya le cuento mis problemas a mis amigos o que Yo no creo en la terapia. Cuánta ignorancia. Tan ridículo es eso como afirmar que no creemos en el traumatólogo. Los psicólogos y los psiquiatras no son chamanes, ni curanderos. 

Estamos enfermos, pero ojo: no somos la enfermedad. La persona más coherente y sensata del mundo puede padecerla, de la misma manera que puede contraer la varicela. Carácter y patología no siempre están relacionados.

Te quejas de vicio, no tienes razones para estar así. Es lo mismo que afirmar que no tienes por qué padecer una gastroenteritis o ser miope. Somos un ente compuesto de mente y carne. Sin salud mental no hay salud. Cuántas veces, ante síntomas físicos sin causa aparente, salimos del médico con el convencimiento de que no nos pasa nada. Sí nos pasa, pero no es en la barriga, ni en el pulmón. Es en otro sitio. Encontrémoslo, tratémoslo. No esperemos a la catástrofe para actuar.

Las mujeres somos más vulnerables. El 20% de las mujeres presentan problemas de ansiedad o depresión. La cifra disminuye al 10% en el caso de los hombres. La mitad. Será por la sensibilidad, será la presión, será el agotamiento, será la culpa, serán esas cajas en las que nos metemos por mucho que no tengan nada que ver con nosotras. Histérica, mala madre, descuidada, inútil. Quizás es que nosotras expresamos más nuestro malestar y ellos lo sufren en silencio. Quién sabe.

Prestemos atención, a nosotros y a los nuestros. Insomnio, alejamiento de las amistades, incapacidad para afrontar los problemas cotidianos, abuso de drogas o alcohol, desórdenes alimenticios. Hagamos saltar la alarma. Querámonos mucho, cuidémonos en cuerpo y alma. No somos un ensayo.