Podría ser una escena de Fargo. O de una novela de John LeCarré. O de la versión cinematográfica de La señorita Smilja. De hecho, qué demonios, podría ser una escena de cualquier ficción ambientada en el frío. Un hombre pasea en la lejanía, en un paisaje idílico de nieve y abetos blancos mientras se escuchan unos pasos en el hielo. Todo muy bonito, claro, aunque se masca la tragedia. Aquí hay tomate, piensa uno, mientras el crujido de la nieve profanada pone la banda sonora al preámbulo de la acción. Y el lector, el espectador, ya sabe que se va a liar.

Así nos mostró producciones Moncloa al presidente del Gobierno en Davos: caminando por la nieve mientras, aseguraban, hablaba con Guaidó. Hay que reconocer que el nuevo gabinete tiene cierto talento para la ambientación: el presidente jugando con el perrito, el presidente con las gafas de sol en el avión, el presidente en plan espía que surgió del frío.

Sánchez, que fue por cierto el único líder que pernoctó en Davos, se preocupó más por la puesta en escena que por el fondo de la conversación. Al otro lado de la línea tan bien enmarcada por el paisaje helado estaba no ya Guaidó, sino el pueblo de Venezuela, pero el equipo del doctor Sánchez sólo buscaba hacer escena, como dicen en Italia. Una conversación trascendente no se tiene paseando por la nieve mientras el vaho te empaña el cristal del móvil.

El sábado, tres días después de que Guaidó echase el cuarto a espadas, Pedro Sánchez salió en rueda de prensa dando ocho días a Maduro para convocar elecciones, escudándose en que otros líderes habían hecho lo mismo. Y en esa explicación está el error: a España le tocaba liderar este asunto ante sus colegas europeos. Pero Sánchez prefirió pasear bajo la nieve, apretar la mandíbula, ponerse de perfil. Que lo del taxi lo arreglen en las comunidades autónomas y lo de Venezuela, en Bruselas. El caso es no mojarse.

¿Saben cuál es el nudo gordiano del asunto? Que ni en Alemania ni en Francia saben de Venezuela lo que sabemos nosotros, ni tienen con el país los lazos emocionales que hemos desarrollado. Que no hay venezolanos viviendo en Francia ni en Alemania, ni Venezuela fue refugio de franceses o alemanes que huían del terror. El pueblo venezolano está sufriendo en español, y eso debería ser bastante para haber tomado su bandera y hacerla nuestra frente a los socios europeos. Pero Sánchez prefiere pasear bajo la nieve virgen, aspirar el aire helado de Davos y ponerse intenso frente a la cámara. En estas manos está el pandero.