Si el martes hubiéramos escrito en un buscador la palabra "sexy" habríamos dado con una amalgama de lencería femenina, artículos sobre cómo atraer a los hombres y fotos de modelos ligeritas de ropa. El miércoles, en cambio, ante la misma búsqueda, mi pantalla se llenó de una imagen y un nombre masculino: Idris Elba. Él es, según la revista People, el hombre vivo más sexy del mundo. Cuánta razón, madredelamorhermoso.

Los de People, en un arranque de corrección política, justifican que no solo hay que ser guapo para ostentar el título, también se precisa cierto misterio, un halo de romanticismo y ser amable con las mujeres.

Venga, va.

Según la RAE, "sexi" sería la adaptación de la voz inglesa sexy, que se aplica, como adjetivo, a la persona que provoca atracción o deseo sexual. No le demos más vueltas, la cosa está clara: los adjetivos significan lo mismo ya califiquen a un ente masculino o a uno femenino. Una mujer sexy provoca atracción sexual. Un hombre sexy provoca atracción sexual. Y matizar lo segundo sería negar que nosotras podemos, simplemente, desear sexualmente a un hombre. Sin cenas románticas de por medio, sin edulcorantes. Sin excusas.

El actor londinense ha amenizado conversaciones de féminas desde que lo descubriéramos en The Wire y, desde luego, no disertamos sobre si es o no romántico, si es o no amable. Para nada. Luego llegaron Marvel y Luther. Qué manera de llevar un abrigo, qué voz. Con Kate Winslet se estrelló en plena montaña. Y es que, si hay que quedarse aislada, mejor que sea con semejante prodigio de la naturaleza. Vale la pena tragarse la peli solo por verle con esa camisa azul cielo que luce en los últimos cinco minutos. Llamadme superficial.

Desde hace meses se baraja su nombre como candidato a ser el próximo James Bond. Señores de la peli, sean avispados: la mejor publicidad que hay es el boca-oreja, y nosotras la recomendaremos como si no hubiera un mañana. No porque sea buen actor (que lo es), no por los gadgets futuristas, sino porque está bueno a rabiar y nos gusta mirarle, así de elementales somos a veces.

Cuentan los entendidos que la excitación se genera en el hipotálamo, de ahí al aumento de la testosterona, y directos a ponernos tontorrones en un santiamén. Que en los hombres la cosa es muy simple, pero que en las mujeres influye el estado de ánimo, la conexión íntima y las cuestiones del coco. A ellos les pone una tía buenorra, nosotras necesitamos más. O quizás es que lo de querer acostarse con un buen guayabo, que diría mi amiga Aurora, por el simple hecho de que esté tremendo, es un poco pecado y un poco de guarra, o eso nos ha inoculado el rollo judeocristiano.

Soy una tía afortunada, de esas a las que les acontece lo más improbable: servidora ha tocado, y nada menos que dos veces, al hombre vivo más sexy de este, nuestro planeta Tierra. El muchacho, aparte de actor, es DJ, y yo siempre fui muy discotequera, normal que coincidiéramos en una noche loca. Si en la pantalla impone, en directo, descompone. Esa altura, esas proporciones perfectas, su sonrisa. Y el ritmo. Qué importante es el ritmo en esto de ser sexy a más no poder. Nada mejor que ver cómo se mueve para afirmar, sin duda alguna, que los de People ya pueden cerrar el chiringuito y otorgar a nuestro Idris el título de manera vitalicia. Porque quizás haya otros hombres igual de atractivos en algún lugar del globo, pero más es imposible.

En mi encuentro con el sexiestmanalaif, me limité a felicitarle por su sesión de house de los 90, informándole de que, a mis cuarenta y cinco, esa música me encantaba. "Gracias", me dijo con esa boca gloriosa. "Yo también tengo cuarenta y cinco", sonrió con esa boca gloriosa. Me quedé con las ganas de confesarle que me encaramaría con gusto a su metro noventa de perfección y músculo, sin importarme su misterio, mi estado de ánimo, su amabilidad o mi hipotálamo, pero su novia estaba al lado.

Otra vez será.