Hay una España de Sánchez como hubo una España de Chiquito o de Suárez. O como hubo una España de Joselito o de Belmonte. La España de Sánchez es, según el adagio socialista, la España que más se parece a España. Una España donde hay unas gafas de sol, un título sacado de aquella manera y una Carmen Calvo que nunca se fue del todo y que mangonea lo que no sale en las fotos.

Nuestra vida reciente ya no es la de los lagartos y las deudas y las miserias que nos dejó el sorayato; nuestro tiempo es Sánchez con todo su pasado de presunto control+C y su futuro de control+V. El presidente no es inefable, ni docto a su pesar, pero es el triunfo de la voluntad popular en la era de Twitter.

Yo soy más yo desde que probé miguelitos de La Roda en un autobús de sanchistas que me llevó de Madrid a Dos Hermanas en una jornada histórica. Entonces ese Schez dio el paso y le vendió la burra a militantes artríticas que vieron que la cuota reducida al Partido y los viajes de Pdr les doraban una segunda juventud.

Mi historia con Sánchez también -y antes- es una noche de finales de otoño, cuando el tumultillo de Ferraz, que vi desde una televisión que olía a jazmines en un patio andaluz; yo comía altramuces el último día que triunfó el aparato mientras una emisora del duopolio me contaba  lo que pasaba en la sede del PSOE. También vi antes el Pacto del Abrazo en uno de esos momentos en los que el hoy presidente se ponía solemne y constitucionalisto.

Al final, las mil caras de Sánchez darían para una tesis sólida sobre lo blando (sic) que es el liderazgo. Más que adaptarse a las circunstancias, el presidente del Gobierno exhibe calzones de una talla menos, y le da la voz y la palabra a una corte ministerial con ligeros problemas en eso de comunicar frases de Coelho y meter la picota y la grúa en Cuelgamuros.

No había mejor lugar para florearse el CV que una universidad de nombre Camilo José Cela, que bien sabía presuntamente de negros y de autoficción y de que le aplaudiesen menopáusic@s por las tierras de España. A Sánchez hay que agradecerle que haya democratizado el bandazo: todos los hombres del presidente aparecen en el capítulo de agradecimientos de ese libro, el de Sánchez, que no leeré ni bajo pena de destierro.

En este romance de septiembre, a Pedro Sánchez se le va difuminando esa foto ministerial de junio. El Gobierno bonito era un Gobierno tuneado. Nos quitó a Rajoy y nunca se lo agradeceremos lo suficiente. Doctorarse en Sánchez es un grado.