Y sin embargo, Torra nos provoca cierta ternura. Hay en todo él ese torpe aliño indumentario que cantaba el poeta -aparte del lazo-. Y una mirada triste de quien pudo ser más y se conformó con esa gloria mediopensionista de ser mero portavoz; cuando pudo tener el poder de toda una taifa.

La sonrisa de Quim Torra es triste, quizá para justificar en la Tierra y en el tiempo presente su República Catalana. A Torra bien le vale para justificarse que un desequilibrado haga un slalom dudoso entre las cruces amarillas de la Plaza Mayor de Vic, y se le ve lentorro de reflejos ahora que no tiene la independencia y la facilidad tuitera de antes.

Ya no habla de las hienas castellanohablantes, acaso porque el poder -incluso mínimo- desgasta. O porque las columnas del Palau de la Generalitat imponen más que un realizador de TV3. Quién sabe.

Y no, no deja de procurarme Torra cierta lástima retrospectiva. Aún lo veo en el viaje a Madrid, en ese paseo por los jardincillos de Moncloa casi con la conciencia íntima de que reunirse con Sánchez fue una de las más altas ocasiones que viera su Historia. Y la ratafia, el licor del país, sin abrir.

A Torra se le va pasando el tiempo, el tiempo instrumental de su servicio a la causa. La Crida empuja a jóvenes como la diputada Míriam Nogueras a darle al puigdemonato en la Península algo más de juventud, incultura y rock & roll. Torra sabe que su tiempo va concluyendo; porque hay en el supremacista un otoño anticipado. Pareciese haber envejecido diez años desde que anda en la Generalitat con hilo directo con el prófugo. Y aún sólo ha pasado medio verano.

Hasta las bestias españolas -como este Picalagartos que les escribe- sienten compasión por este Torra amortizado que viene ahora a hablarnos (insisto) del "fascismo" español a cuenta de un incidente automovolístico allá, en la muy industriosa puebla de Vic.

El empecinamiento segundón de Torra, incluso la gestualidad de los últimos días, pudieran mover a la comprensión de su alma. Especialmente ahora que Puigdemont, caudillo de las Cataluñas, prepara un desfile y un desembarco virtual en Barcelona cuando llegue otra Diada histórica y paradójica. Ya lo ha hecho en el Congreso, donde le ha bajado el guapo a Sánchez así, como de repente.

Veo la cara de Quim Torra acalorada, infartada por julio. Buen vasallo para un mal señor. Aportó poco y se irá yendo tal como vino: puede, o no, que con las primeras hojas de septiembre.

Su tiempo pasó seguro el último fin de semana, y contra eso hay poco que hacer.