Tanto estudiar el Estado y lo destruyeron por caraja y dejación. Descubrieron la utilidad de las cloacas del propio Estado como quien descubre América, pero la cloaca sin más doctrina que la permanencia acaba oliendo, claro. El sorayato fue así.

En la crisis más grave se le ocurrió hacer una operación diálogo y que los espías mirasen a otro lado y que Puigdemont chuleara a España hasta el aburrimiento. La prensa fue untada y servil, y en estos días de segunda vuelta vimos a concejalas de provincias que, por ser algo, se dijeron "mujer" y "sorayista" en un vídeo que nos dio a entender que Ozores no ha muerto. Todo tan ridículo que degeneró en un abanico.

La victoria de Pablo Casado no debe hacernos olvidar todo este tiempo gris. Dicen que ha vuelto la ideología al Partido Popular, y eso está bien si nos va a traer cierto proyecto de España; una España que vaya más allá del papel timbrado de una hoja de contabilidad. Es difícil, pero hay que aferrarse a algo por pasar los días.

Pero los años que vivimos con Soraya quizá fueran los más nuestros, como vendría a decir Manolo Alcántara. Desde que Soraya se desnudó de pies en El Mundo, la muchachita de Vallladolid nos ha dado momentos de tedio. Si la mandaban a un debate, se ponía nerviosa y de puntillas y se perdía en su prosodia. Todo fieramente humano.

Cuentan que Soraya tocó techo cuando Rajoy la puso en la Generalitat al galope de ese 155 tan simpático. Que ahí se achicharró y quedó como Cagancho en Almagro. Pero mucho antes quedan las fotos del comadreo con Junqueras y otros momentos estelares. Acaso porque, si el sueño de la razón produce monstruos, la siesta con babas de Rajoy producía esas sorayas que te vendían España a precio de saldo y por el 1 de Octubre.

Hubo columnistas que le tenían jindama y citaban a Kierkegaard cuando los consejos de ministros, porque a la emperatriz multimedia había que rendirle pleitesía y sacarla a bailar -Pablo Motos- en el prime time.

Yo ahora leo metafísica en el metro y pienso en la difícil justificación argumental de ser y vivirse en el sorayismo. Después escucho a la Villalobos puesta en mujer y en Soraya y acabo entendiendo todo. Del sorayismo, como de las paperas, uno se acaba curando, sí; pero con secuelas entre el tímpano y las gónadas.

Que sí, que se pudo salir del sorayato: con el alma a cachos y unas canas demasiado tempranas.