La felicidad es posible. Solo que no está donde todo el mundo la busca: en el móvil. Y por eso muy pocos la encuentran, del mismo modo que el Alquimista no hallaba la suya por mucho que fuera en su incansable e imposible búsqueda, guardada como estaba en el único lugar que no pretendía explorar: su corazón.

Pero en este año 18 del nuevo siglo ya nadie la olfatea en ningún otro lugar. Ahora todos los usuarios de esta vida frágil tomada por la tecnología acuden, únicamente, a su Instagram o a su Twitter en busca de sosiego, información y paz mental.

La adicción al móvil no tardará en causar estragos o, más bien, en que éstos se revelen. Ya nadie sale de casa sin su dispositivo. Ya nadie se mueve en su casa sin él en la mano o en el bolsillo. Ya no es posible ni almorzar con la familia sin que alguno de sus miembros –o varios de ellos-, se desvíe de la conversación general y se dirija hacia la suya propia, establecida de forma permanente con unos u otros -siempre hay alguien dispuesto a chatear-, en su pantalla personal.

Las advertencias aparecen de forma reiterada: expuso Chamath Palihapitiya, exalto dirigente de Facebook, que las redes sociales están destruyendo la manera en la que nuestra sociedad funciona. Este ingeniero de origen esrilanqués se ha hecho objetor de conciencia de la red que ayudó a construir, y prohíbe a sus hijos que la utilicen.

Pero resulta improbable que Palihapitiya y otros activistas contra el abuso de latecnología como él logren hacer llegar su mensaje a un número relevante de personas, dada la fortaleza de las redes. Existe, más bien, una tendencia generalizada a asumir la adicción, restándole importancia, y a ignorar sus consecuencias.

Al fin y al cabo, resulta más cómodo –también más pernicioso- revisar el Facebook que leer a Jia Pingwa, a pesar del extremo asombro que ocasiona la lectura de La ciudad abandonada. Esa comodidad está asesinando nuestra relación con la vida real.

El último en alzar la voz al respecto ha sido Dan Gilbert, profesor de Harvard especialista en felicidad, que invita a quienes quieren escucharlo a repudiar las redes sociales, donde se exhibe, en su opinión, una alegría falsa que sirve, al mismo tiempo, para hacer infelices a quienes no disfrutan de un júbilo similar.

El autor de Tropezando con la Felicidad (Planeta), ya un clásico además de un sólido best-seller, subraya la trascendencia de dormir bien para ser feliz. Parece una obviedad, pero está lejos de serlo: la mayoría no le da al sueño la importancia que tiene.

A Juan Mesa, experto en psiconeuroinmunología, no le sorprende en absoluto la propuesta de Gilbert: él ya lleva años promoviendo su receta para la felicidad, basada en, precisamente, dormir bien, comer sano, hacer deporte, mantener la salud emocional y hacer el amor. Sí: llevar una vida sexual feliz es, a su juicio, uno de los baluartes imprescindibles que sostienen la plena existencia.

Posiblemente, esta fórmula, que no incluye que uno tenga móvil, pero que tampoco lo excluye si se dan parámetros de uso prudentes, podría invertir la vida del más infeliz de los humanos. Si ese es el caso, imaginen lo que erradicar el abuso de estos dispositivos que hemos convertido en esenciales podría hacer por cada uno de nuestros días.