Dice Miquel Iceta que si fuera por Ciudadanos los americanos aún andarían por Vietnam y se me ocurre que si fuera por el PSC, la Wehrmacht aún andaría por París. Mi símil es más preciso que el de Iceta porque el nacionalismo catalán tiene más puntos ideológicos en común con la filosofía que propulsaba a la Wehrmacht que con la que espoleaba al Vietcong, pero tampoco vamos a pedirle acrobacias intelectuales a quien acaba de convertir a un racista como Quim Torra en alguien "con el que dan ganas de irse a cenar".

Me decía ayer @rumbopropio en Twitter que acabar con un conflicto es fácil: sólo tienes que levantar los brazos. Y ahí andan Iceta y Pedro Sánchez, al que no se le ha ocurrido ningún otro gesto mejor con el que agasajar al líder del carlismo catalán que tuitear una proclama perfectamente vacía de contenido en su idioma cantonal, como cuando el alienígena de Eduardo Mendoza se plantaba en un restaurante y pedía jamón, melón con jamón y melón regado con orines porque ese era el líquido más común entre los seres humanos. 

La insistencia del PSOE en tratar a los catalanes con la misma condescendencia con la que Trudeau trata a los indios o con la que las folclóricas de Instagram lidian con los watusi durante sus periódicas visitas a África es llamativa. Es obvio que la socialdemocracia considera incluso la más insolidaria de las reclamaciones del nacionalismo catalán como una derivada más o menos pintoresca de sus peculiaridades culturales. Exactamente como cuando ves a un indígena beberse una infusión de cuerno de rinoceronte y piensas "bueno, deben de ser sus costumbres" cuando apenas se trata de sus ignorancias. 

El PSOE jamás saldrá por sí solo de ese marco mental, el de su racismo respecto a los catalanes nacionalistas. Pero existe un método infalible para analizar las demandas de Torra en su justa medida. Consiste en imaginar que todo lo ocurrido durante los últimos meses en Cataluña, todo lo dicho, todo lo escrito, todo lo radiado, todo lo televisado, lo hubiera llevado a cabo Ciudadanos. Un partido que, al contrario que en el caso de JxCAT, ERC y la CUP, es considerado por el PSOE como un partido adulto responsable de sus decisiones y no como un menor de edad. 

El ejercicio de política ficción se lo dejo a ustedes. Pero ya les adelanto que el PSOE no habría dejado pasar ni un solo minuto sin lanzarse a hablar de totalitarismo, de control autoritario de los medios de comunicación, de fascismo, de racismo, de xenofobia, de odio, de prevaricación, de malversación, de corrupción de la democracia, de ilegalidades, de golpes de Estado.

Si el PSOE les llama "violentos" cuando sus sedes son atacadas; sus líderes, amenazados, insultados y acosados en la calle y en los medios de comunicación locales; sus votantes, deshumanizados; sus militantes, golpeados; y sus reclamaciones, ridiculizadas; ¡imaginen que no les llamaría si, además, Ciudadanos hubiera ejecutado un golpe de Estado con cargo al presupuesto público! Es incluso probable que les llamara "nacionalistas". En sentido peyorativo, quiero decir.