Hay que joderse. Tampoco los italianos han votado al gusto de los alemanes. ¿Qué otro camino le quedaba al presidente Mattarella más que el de rechazar al ministro de Economía propuesto por los partidos ganadores de las elecciones y enviar a los ciudadanos italianos a unos nuevos comicios con la esperanza de que, esta vez sí, voten lo que le interesa a Angela Merkel en vez de empeñarse en votar lo que les interesa a ellos? Ya deberían saber los italianos cómo funciona esto de la UE: se trata de que Alemania consiga mediante el Banco Central Europeo lo que no consiguió con los tanques en 1918 y 1945.

Y luego dicen que son gente rígida. ¡Pues para esto de poner Europa bajo su bota han demostrado una enorme flexibilidad! Si con las armas no se puede, se recurre a los bancos y al marxismo cultural, que para eso lo inventaron ellos. 

A la UE, y se lo dice un europeísta, le ocurre lo mismo que al comunismo y al Estado de las autonomías: son ideas interesantes aplicadas a la especie equivocada. Las tres funcionan con precisión de relojero en el abstracto mundo de las ideas, pero se derrumban con estrépito cuando son implantadas en seres humanos obcecados en comportarse como tales en vez de como autómatas carentes de afectos y lealtades. Autómatas al servicio de la utopía totalitaria de un puñado de tecnócratas que consideran el colmo de la racionalidad obviar la existencia de la emocionalidad.

Y digo "totalitaria" siendo plenamente consciente del significado de la palabra. A fin de cuentas, en Italia se han impugnado de facto unas elecciones democráticas y con todas las garantías legales porque el resultado, suicida o no, no era el que le convenía a la canciller alemana

A Alemania tampoco le interesaba el brexit, ni una victoria de Marine Le Pen en una Francia capaz de ejercer de contrapeso de los intereses comerciales y financieros alemanes, ni una política económica europea expansiva, ni una Hungría en manos de Viktor Orbán, ni una política migratoria restrictiva o simplemente sensata, ni un sistema de entrega automático (y por lo tanto difícilmente controlable desde la cancillería) para las euroórdenes ni una Rusia capaz de proteger su perímetro de seguridad. Que, casualmente, incluye el Cáucaso y esas rutas estratégicas hacia el gas y el petróleo de Oriente Medio tan deseadas por la propia Alemania. 

Observen por favor qué tienen en común todos los anteriores. En primer lugar, se trata de intereses internos alemanes reconvertidos por arte y magia de la propaganda en intereses "comunes" europeos. En segundo lugar, fíjense en sus protagonistas: todos tachados de ultraderechistas o de populistas. Ya es casualidad que todos los que se oponen a Alemania acaben etiquetados como el bando del mal aunque se parezcan los unos a los otros como un huevo a una castaña. 

Ya me explicarán, por ejemplo, por qué Orbán, que controla una economía con un PIB nominal de apenas 114.000 millones de dólares, es un peligroso fascista incompatible con los "principios fundacionales de la UE", pero un golpe de Estado en una comunidad española presidida por un nacionalista xenófobo de ultraderecha, con un PIB de 223.000 millones de euros y por lo tanto capaz de desestabilizar una economía de 1.085.000 millones, es desechable hasta el punto de que nadie –incluido el Gobierno español, que aquí ha jugado el papel de tonto útil en la línea de Mattarella– ha movido un solo dedo para evitar que un tribunal regional alemán le enmiende la plana al Tribunal Supremo español acerca del líder fugado de un golpe de Estado de los de manual de Derecho Constitucional

Pues ya se lo explico yo: porque Cataluña no es negociado alemán y Hungría sí. Pero el facha es Orbán y con Puigdemont habrá que dialogar. No duden que no está lejos el día en que ese diálogo, es decir la rendición del Estado español frente al separatismo vasco y catalán, sea impuesto desde la UE. Que es lo mismo que decir desde Alemania. 

Pero qué esperar de la UE si ni Helmut Kohl ni su Bundesnachrichtendienst (la KGB alemana) gozaron jamás de sus muy merecidos juicios de Núremberg tras provocar la guerra civil yugoslava con su irresponsable reconocimiento de la independencia de Eslovania y Croacia y su apoyo al negacionista Tudjman y al nacionalista islámico Izetbegovic. Una independencia, por cierto, contraria al derecho internacional y la Constitución yugoslava.

Es probable que les suene la cantinela. Ni que nos pillara de nuevas.