Decían que era lo más potable del Partido Popular, un mirlo blanco renovador, renovador a la derecha. Una mujer hecha a sí misma (sic) que se movía con cueros moteros y desacomplejados. No diríamos que cercana, aunque nos pareciera más empática después del accidente -y a causa del accidente-. Hubo malnacidos que le desearon la tierra leve en los inicios del tuiter devenido a navajeo. En la enésima reformulación del Partido Popular, algunos apuntaban a ella, cuya ambición siempre la ha mantenido como joven a pesar de que no es moza; acaso sea porque el mensaje de la cazadora ajustada vista mucho aunque no se tenga mensaje; todo lo más un colmillo revirado y cargado de futuro.

Cristina Cifuentes empezó a tocar techo y prime time cuando uno, yo mismo, maduraba en mis prosas y en mis cosas. La recuerdo con Mariñas en El corral de la Morería, secreteando sobre la apostura seductora de Pdr: era un día en que aquello parecía la boda de Lolita y estaba hasta Lolita, aunque sólo yo me quedé al taconeo de después, y a Raúl del Pozo le regalaron un botellón de Marqués de Cáceres que acabó en mi casa.

O la recuerdo -a Cifuentes- en el Ritz cuando iba besando a toreros y vendiéndole a los becerristas de la prensa y del todo Madrid no sé qué burra del Batán; recuerdo su carraspera habitual, traje rojo capote, frente al respetable que quería cenar merluza y ver a Carmencita Franco, que andaba por allí enjoyada en el discreto encanto de vivir del pazo y la genealogía.

Se ha visto que en Sevilla han cerrado filas con Cifuentes, que la han suicidado entre abrazos de los suyos (como en el verso de Panero), y han transmitido que su futuro pasa por achicharrarse ante lo evidente. La estampa de Cifuentes en la cinta rajoyniana del paso mariano en la convención sevillí sonaba a réquiem, a burla bufona de un tiempo que se le acaba a la rubia que se lía a demandas como Tarantino a tiros al final de la película.

Las blanduras de Maillo eran más blanduras justificando la pocilga del máster, y Feijóo la puso a los pies de los caballos y no parecía ni gallego. Después, la intrahistoria del máster nos pone frente a lo anecdótico o el detalle nimio sobre un montón de escombros habituales en Génova. Quizá la porquería del partido se volvió académica y por eso mismo fue noticiable. Hubo quien creyó que la cosa era el Watergate, se colgó las medallas periodísticas y obvió que toda universidad española es un oxímoron, una cortijada en la paramera madrileña.

La plebe opinadora, con la EGB raspada, pedía la cabeza de Cifuentes a la hora del vermut. Suavemente la mataban. Un rubio epitafio se ha escrito en el Sur. Los operarios desmontan los atriles de la convención/implosión. Silencio en el AVE. Chupito de Granados y tal...