En las películas los asaltos con rehenes tienen casi siempre un final feliz. Un final provocado, naturalmente, por el valeroso policía que se ofrece a negociar con el malo arriesgando su vida. La historia de Hollywood está llena de episodios así, y todos acaban en un estrépito de disparos, sirenas de ambulancias y el héroe saliendo magullado pero vivo para recibir el abrazo de los suyos y el agradecimiento de la comunidad. Pero la vida no se parece al cine, y seguro que Arnaud Beltrame lo intuía cuando se cambió por una rehén tras el asalto a un supermercado.

Beltrame era teniente coronel de la Gendarmería Nacional francesa, tenía 44 años y la suficiente experiencia como para saber que la película en la que había elegido hacer de bueno contaba con pocas oportunidades de acabar bien. Dentro de aquella tienda de Carcasonne no esperaba un calculador terrorista ni un criminal con una lista de peticiones estrambóticas (un millón de dólares, un pasaporte, un helicóptero), sino un yihadista enloquecido con ganas de matar y poco interés por sobrevivir.

Así las cosas, a Arnaud Beltrame no le quedaban muchas opciones de salir indemne. Las mismas, supongo, que a Ignacio Echeverría cuando se enfrentó con un simple monopatín a un tipo que llevaba un machete y aullaba en nombre de Alá. Ignacio y Arnaud Beltrame se parecían bastante: ambos se la jugaron para salvar a alguien a quien no conocían. Ambos murieron a manos de un loco sanguinario.

Hoy, Francia entera llora al héroe igual que aquí lloramos al joven Ignacio. Pero, a diferencia de lo que sucedió en España, en el país galo el grito es unánime, y allí el presidente de la República ha anunciado un homenaje nacional al soldado caído. En España se nos da mal llorar al mismo tiempo, igual que tampoco sabemos honrar a nuestros muertos. Hay, quizá, un complejo antiguo, un miedo atávico a convocar la tristeza colectiva o a solicitar una unanimidad en el duelo: nunca falta un miserable que estropee el guion.

Cuando mataron a Echeverría, hubo un politicastro que no quiso dedicar a su memoria una pista de patinaje “porque no era seguro que hubiese usado un monopatín para defenderse”. Si alguien en Francia se atreviese hoy a cuestionar la acción de Beltrane, se le condenaría de inmediato a la muerte social. Aquí, el cantamañanas que tenía sus reservas sobre el acto de valor de Echeverría sigue en su poltrona. Gloria eterna a los héroes, a los Ignacio y Arnaud de todo el mundo. Y vive la France.