Puedes morir como un héroe, como el guardia civil que pereció al auxiliar a dos personas en Sevilla, o puedes hacerlo como un asesino, como el hombre que mató a sus dos hijos antes de suicidarse en Madrid. En el paseo terrestre que hacemos cada uno, hay lugar para estos extremos, y para todo lo de en medio. Qué estamos haciendo con nuestras vidas, y si acabaremos más cerca de uno u otro, es algo que habría que preguntarse cada día.

Porque pasa la vida, que cantaba Pata Negra en los 80; y pasa rápido. Lo hace, eso lo escribió Lennon, mientras estás ocupado haciendo otros planes, precisamente para la vida.

Es lo de menos, pero qué irónico y desafortunado que haya sido, precisamente, en la calle Lennon donde el parricida actuó, si bien la tragedia sería mayúscula en cualquier esquina.

Concluye un día y nace el siguiente y el propósito de cada uno debería estar claro. Ahora todo el mundo quiere ser resiliente, por si el proyecto de felicidad anhelada se trunca. Como si eso no lo hubieran deseado para sí todos los individuos. Adaptarse a un medio cambiante, eso es la inteligencia -aclaraba Hawking, que en el espacio descanse-; eso lo es todo.

Y todo esta en la cabeza. Si lo dudan, lean Todo está en tu cabeza (Ariel, 2016), de la Dra. Suzanne O´Sullivan, y lo comprobarán. Hasta esto que escribo está en la cabeza, hasta esto que lee, y que recorre algunos millones de sus neuronas, está en la cabeza, en la suya. Y, si vamos a vivir con ella toda la vida restante, ¿no será inteligente –o resiliente- conocerla a fondo?

Las mejores se adaptan al medio como el agua a las formas, tal y como dibujó Guillermo del Toro en su mejor obra, con esa misma nitidez y esa dulzura, a pesar de la guerra fría que entonces dominaba el mundo, y que a veces parece que continúa vigente. Tan presente está que hasta hay quien sigue matando ex espías o supuestos traidores en otros países a miles de kilómetros de forma misteriosa, como por otro lado sería de esperar que le ocurriera a los espías, llegado el momento.

Y, encima, en algún caso los ciudadanos premian la arrogancia del provocador, y su método violento, en unas urnas sin contrincante. En realidad solo ha cambiado el medio, no la cabeza de quienes favorecen ese conflicto permanente y gélido.

Y las guerras –recuerden Siria-, solo sirven para destrozar vidas y ciudades y calles -otras Lennon-, para cercenar ilusiones e interrumpir vidas, como le ocurrió a los dos hermanos. No es el estado natural de los hombres (y las mujeres), pero a veces la cabeza de uno lo duda.

A Jordi Sànchez, en su día tan claro, también lo asaltan las dudas. Y ahora dejaría la política si haciéndolo pudiera ver el último temporal de nieve sin apreciar, antes, unos barrotes. Groucho Marx, el intelectual que era además cómico, también tenía sus principios e, igual que el líder independentista, estaba dispuesto a cambiarlos si hacía falta. Pero la realidad es que nadie ha pedido mártires, y mucho menos al respecto de una causa tan innecesaria como la inverosímil y remota independencia catalana.

Pasa la vida, y seguimos mirando el móvil. Como si estuviera ahí. O como si de ahí pudieran surgir otras mejores que las que tenemos, tan llenas de expectativas frustradas y de búsquedas de aprobación externas porque -¿lo he dicho ya? – todo está en la cabeza y una parte de esta ya es adicta.

Hace pocos días a Savater le pasaron tres años. Ella ahora solo vive en su cabeza. Tres años ya. Cada uno tiene sus pérdidas, pero nadie las cuenta como Del Toro, ni como Savater. Y aún así, conscientes de lo efímero de nuestra sorprendente existencia terrícola, seguimos, cómo no, mirando el móvil.

Mientras, por supuesto, pasa la vida y llega la Semana Santa, un poco antes del verano, después llegará otro invierno y, concluido este, otra Semana Santa.

Ya falta poco.