La repentina muerte de Quini ha coincidido en el tiempo con la polémica en torno a la decisión de Guardiola de pasear por los campos de fútbol el lazo amarillo de apoyo a los políticos catalanes presos. La última vez que estuve en Gijón estreché su mano. Me hubiera gustado conocer su opinión sobre la actitud de quien compartió escudo con él.

No es un asunto fácil de dirimir. La Federación Inglesa ha abierto un expediente al entrenador y podría sancionarle por "lucir un mensaje político" en un espectáculo deportivo. Guardiola aduce que llevar el lazo es un derecho al que no piensa renunciar: "Antes que entrenador soy persona".

Disiento del técnico. Tengo dudas de que pueda prohibírsele el gesto, pero estoy completamente convencido de que sería mucho más adecuado y mejor para la convivencia separar determinados ámbitos. Un poco de eso había, salvando las distancias, en la memorable despedida de Maradona del fútbol: "Yo me equivoqué y pagué… pero la pelota no se mancha". El pasto es para jugar al fútbol; las peripecias de la vida privada quedan al margen.  

Ningún reproche puede hacerse a Guardiola por mostrar públicamente sus ideas políticas. Faltaría más. Nada que objetar a su participación en actos a favor de la independencia de Cataluña, como la lectura de aquel manifiesto en vísperas del 1-O junto a Carme Forcadell y Artur Mas en Barcelona. Lo que es discutible es llevar la pancarta al banquillo.

Estamos ante una cuestión de civismo, de respeto a los otros. ¿Qué ocurriría si cada persona decidiera lucir en su centro de trabajo símbolos que expresasen sus posiciones ideológicas? ¿Es algo que facilita las relaciones o las deteriora? ¿Dónde pondríamos los límites? ¿Puedo pedir no ser operado por el cirujano que lleva un emblema contrario a mis convicciones? 

Más cuidado entiendo que deben mostrar en estas situaciones quienes gozan de relevancia social. Aprovechar focos y cámaras dispuestos para otro fin con el propósito de hacer proselitismo indica, en el fondo, cierta soberbia, falta de humildad para reconocer que uno puede estar equivocado y que con su conducta daña la sensibilidad de muchos que no piensan como él. Por eso barrunto que Quini no estaría de acuerdo con Guardiola. Y por ser como fue le abrazaron aún más fuera de los estadios que dentro. Que ya es decir. Mucho decir.