El gran momento de Santiago Sierra ha llegado ahora, cuando un poder tontorrón ha picado ante el artista listillo. Le ha costado al hombre. Todavía me mondo con su pantomima de hace unos años.

El poder de entonces no era menos tontorrón que el de ahora, pero estaba más en sintonía con los tiempos, lo que le permitía disimular. Y además tenía franca simpatía por el romanticismo: al fin y al cabo, el romanticismo se había movilizado a su favor con el anuncio aquel de las cejas. Con la mejor de las intenciones le dio a Santiago Sierra el Premio Nacional de Artes Plásticas, exhibiendo su apoyo a las reivindicaciones de este artista reivindicativo. No había caído (más romántico el premiador que el premiado) que con eso le desmontaba al artista su modelo de negocio.

La cosa podría haberse quedado ahí, en un entrañable equívoco. Pero Santiago Sierra no se resignó a pasar por lo que estaba siendo de facto: un artista premiable por el poder. Decidido a mantener su chiringuito, rechazó el premio y le escribió a la ministra una carta risible, de cuya sumisión de apariencia insumisa me ocupé en su día.

Ahora añoramos aquellos tiempos en que al artista se le daba su merecido: un premio estatal. Era 2010 y produce escalofríos cómo se ha vuelto todo menos sofisticado. Ahora llegan el rapero con su letrita y el artista con su obrita y, en vez de pasar de ellos o de aplaudirlos como se aplauden los productos culturales, el poder se pone histérico y manda cárcel o censura. Propulsando al rapero y al artista como jamás se hubieran imaginado en lo que de verdad importa: su difusión. Esta vez Santiago Sierra lo ha conseguido.

Lo que cabe seguir admirando es el poder comercial del mundo. Siempre termina triunfando el comercio. Por eso a Escohotado le pone más que cualquier droga últimamente: desde que descubrió su lógica, flipa.

Analizando lo sucedido en Arco desde un punto de vista estrictamente comercial, todo es de una perfección arrolladora. Una obra adocenada, sustentada en una mentira propagandística con el calado de un titular de periódico, ha sido investida como objeto de culto para un sector del público particularmente embrutecido. Entre el que se encontraba un millonario dispuesto a pagar 80.000 euros.

Si la misión de una feria de arte es vender, el presidente de Ifema ha hecho lo debido. A él habría que darle el próximo Premio Nacional de Artes Plásticas.