Hace cuatro o cinco años, frente a un plato de menestra de verduras, la inmensa Maite Pagaza me habló de los papeles de su hermano Joseba. Eran, me dijo, escritos personales en los que podía atisbarse la talla moral de aquel hombre íntegro al que ETA asesinó en Andoain hace quince años. Ahora se publican aquellos papeles cuya lectura hiela la sangre por la tremenda lucidez de su autor, que sabía que iban a matarle. "Si sigo así, pronto estaré muerto". Y siguió. Y lo mataron.

Quince años después, su familia y sus amigos le tributaron un sencillo homenaje frente al bar de Andoain donde un etarra le pegó tres tiros. No hubo sitio para el acto en los informativos, y a veces tengo la impresión de que las víctimas de ETA han empezado a ser incómodas, como una piedrecita en el zapato de todos los que confunden el seguir adelante con el brochazo sobre un pasado dolorosamente próximo.

Este país, que ha sido capaz de reclamar una memoria histórica que mantuviese legítimamente vivos los crímenes de la dictadura, no puede pedir a las víctimas de ETA que recurran al olvido como bálsamo curalotodo. Porque me da la impresión de que eso es lo que quieren algunos: obligar a los golpeados por la banda a borrar de la memoria tantos años de desdicha.

Hay quien se siente incómodo con ese dolor, igual que a otros les incomoda saber que en las cunetas sigue habiendo cuerpos incógnitos de víctimas de los llamados paseos. La ética, la moral incluso, nos obliga a espolear el recuerdo de los crímenes que jalonaron nuestra historia. Los muertos de ETA no tienen dos siglos, sino un puñado de años, y sólo desde el ánimo del canalla se puede invitar a correr sobre ellos un tupido velo.

ETA está muerta, pero su rosario de cobardía y crueldad tiene que pasearse por los siglos de los siglos por nuestros manuales de historia. Porque ETA está vencida, pero su historial de dolor sigue en las almas de los que lo sufrieron, y está en los Pagaza, y en los hijos de Alberto y Ascen, y en la familia de los niños de la casa cuartel de Vic, y en las de los muertos de Hipercor.

Me enerva escuchar al buenrollista de turno diciendo que no debe haber vencedores y vencidos. Todo lo contrario: tiene que haberlos para que las heridas no se cierren en falso. Para que Joseba y los otros 857 muertos de ETA, más los incontables heridos, amedrentados, huérfanos, viudas, amigos destrozados, familias aniquiladas, no tengan que bramar pidiendo justicia.