La reciente aparición en castellano de una de las escasas antologías de Egon Erwin Kisch (Minúscula) nos plantea tal cantidad de cuestiones sobre el periodismo y nuestra situación, que alcanzan hasta el preacuerdo de los trabajadores de Figueruelas (Zaragoza) con el emporio de la construcción automovilística francés PSA.

¿Quién era Kisch? Aquí, hojeando periódicos, un día descubrimos al gitano Chaves Nogales y el mundo parecía recién iluminado. Llovían los elogios y las mediocridades andantes se hacían mieles ante tamaño pedazo de periodista hasta ayer desconocido… por nosotros. El franquismo -expresión que de tanto mal usarla acabará en escombro- liquidó muchas cosas y dio la pátina de notabilidad a lo más afín: el chorizo mediocre. No somos conscientes de cuánta marrullería pasó por brillante cultura durante los sórdidos años. Baste decir que un engolado plumilla de Badalona se refiere aún a Jaime Balmes como el más importante periodista español del siglo XIX. ¡Preparémonos para cuando se enteren de que existió Mariano José de Larra! ¡Qué descubrimiento!

Llegará un día que reaparecerán como por ensalmo los Luis Bello y tantos a quienes la dictadura y sus cómplices retiraron de la historia. Eran reporteros y eso no tiene cabida en la vigente concepción del periodismo al minuto. ¿Qué sería de Zola sin el reporterismo? ¿Y la literatura italiana de la segunda mitad del XX? Como no había dónde escribir reportajes decentes ni las autoridades hubieran permitido pasarte de los Sucesos y las retransmisiones futboleras, los escritores españoles del XX reinventaron los viajes: Goytisolo, Ferres, Cela

Les recomiendo a Kisch, vecino de Kafka, colega de Roth, guionista con Piscator, contertulio de Rilke, viajero voluntario y obligado; de todo hay en su trayectoria. Desde su Praga natal, a Berlín, Viena, París, Rusia, Madrid y para el penúltimo reposo México, antes del definitivo en aquella Checoslovaquia que anunciaba la guerra fría (1948). Reportero por voluntad. (Las páginas dedicadas a ellos en este libro recién editado -Nada es más asombroso que la verdad- son un prodigio y un curso sobre una especialidad en trance de exclusión). Tuvo una vida ajetreada, viajó, amó, le odiaron, le encarcelaron, pasó miedo, fue feliz. “A la pregunta de cómo había logrado salir airoso de tantas peripecias, Kisch respondía: 'Nací en Praga, soy checo, soy alemán, soy judío, soy comunista, vengo de buena familia; algo de esto me ha ayudado siempre'”.

La coincidencia de las lecturas de Kisch con lo sucedido en Figueruelas (Zaragoza) y su planta de fabricación de automóviles facilitaba un paralelismo. Tras décadas de congelación salarial, los más de 5.000 trabajadores se enfrentaban a una vuelta más de tuerca y me acordé del soberbio reportaje que hizo Kisch a la gran fábrica modelo de Ford en Detroit. A su descripción del trabajo en cadena, a su retrato del patrón negrero del siglo XX, Henry Ford, un patán desvergonzado, ignorante de todo lo que no fuera explotar a sus trabajadores semi esclavos al que los grandes reporteros norteamericanos de su época supieron desenmascarar hasta su categoría de falsarío, autor de libros que no había escrito ni corregido y que apenas sabía leer.

Era aquello que los historiadores denominan el capitalismo en su estado más avanzado, representado por un especimen a quien el tiempo fue transformando en mecenas de las ciencias y las artes, exento de impuestos. Aunque no sirviera para detener la marea, aquel mundo era conocido de todos y el que no quería tomar partido era porque o no deseaba meterse en líos o compartía la ansiedad de convertirse en beneficiario sin escrúpulos.

Todo eso quedó atrás. Ahora chantajean a miles de trabajadores, ponen cerco a una ciudad que vive de una empresa más arrogante que un señor medieval, y qué ocurre. No decimos nada. No sólo no hay un reportero que lo cuente, ni que no sea dependiente de los gerentes y sus jefes de comunicación -de los que no conocemos ni sus nombres-, los sindicatos pían con la boca pequeña mientras rezan a San Rita “por lo suyo”. Y todo porque nos negamos a admitir que estamos al pairo, que invirtiendo los versitos de Bertolt Brecht, primero esclavizaron a los peones, luego chulearon a los trabajadores, al tiempo corrompieron de saldo a los sindicatos, posteriormente compraron a los diarios y enmudecieron a los currantes. La lucha de clases, la conciencia de ser un trabajador se convirtió en la uniformidad de la argolla. Mi vida por un trabajo.

Baste decir que en el diario español, referente de esa libertad perdida, si es que existió alguna vez, ocuparon los trabajadores de la industria de Senderuelas menos espacio mediático que la aparición del Partido Animalista, donde una señorita exhibe en sus brazos un cerdito que parece lavado con perlán.