La golpiza mortal al motero Víctor Laínez por llevar unos tirantes con la bandera de España interpela a todos esos políticos y activistas de la frivolidad que, por hacer causa política de la maldad y estirar su gregario prestigio, se afanan en distinguir a unas víctimas de otras con la consideración de “mártires del fascismo”. Todo en virtud de sus complejos, de su egolatría, de su afán de protagonismo y de las guerras de sus abuelos.

No se trata de cerrar los ojos al fenómeno singular de la violencia alentada por el fanatismo totalitario de uno u otro signo. Pero sí de extremar la cautela para no permitir que el inventario ideológico de un delito no acabe disfrazando la repugnante vulgaridad del mal.

En una democracia moderna, o que pretenda serlo, la muerte sobrevenida y violenta de un hombre a manos de un desalmado intoxicado de odio no debería merecer más consideraciones que el duelo por la víctima y el desprecio por su victimario.

En algún momento habrá que preguntarse, aunque pueda resultar incómodo o poco rentable al proselitismo, si cuando tras un acto violento se convocan manifestaciones de carácter partidista, se esgrimen eslóganes caducos y se tributan homenajes políticos a las víctimas, no se excita también la animosidad de los más energúmenos entre los propios. Es decir: si esa tendencia a buscar el trasfondo ideológico de la brutalidad no acaba brindando una coartada a los violentos y sirviendo de espoleta a crímenes futuros.

Ignoro, y me resulta repugnante preguntármelo, qué pensaba o con qué causas políticas se identificaba el animal que atacó con una barra de hierro a Víctor Laínez por llevar unos tirantes con la bandera de España. He leído que la víctima era simpatizante de Falange, circunstancia que en nada modifica la percepción lo ocurrido, salvo que se considere que quien no piensa como uno merece la muerte. También he leído que el agresor se pretendía antisistema y antifascista, y ambas etiquetas me bastan para hacerme una idea.

Pero sí me gustaría saber qué piensan, y si se sienten interpelados y concernidos por este crimen, quienes con más fatuidad que razón se manifestación en Valencia y Barcelona contra el auge del fascismo después de los episodios violentos registrados en ambas ciudades por radicales de extrema derecha.

¿No es comparable la muerte -habría que decir asesinato- de Víctor Laínez a las de Guillem Agulló y Carlos Palomino? ¿Le pondrán una plaza o una calle en Zaragoza o quizá en Terrasa donde nació? ¿Se pedirán comparecencias de ministros para abordar el homicidio de este hombre como un problema nacional? ¿Es éste el primero de los muertos del procés? ¿Sería a ojos de Marta Rovira la primera víctima del genocidi catalán a manos del fascismo de haber llevado al cuello una estelada? ¿Lo tratarán de héroe Pablo Iglesias y Monedero o aplaudirán a sus masas: "No pasarán" y tal? ¿Es alguien responsable de haber despertado el anarquismo? ¿Una manifestación contra la violencia fanática es demasiado sosa, quizá? ¿Hay víctimas de primera y de segunda en este país de todos los demonios?

Este muerto llama a la puerta con preguntas urgentes.