Desde el enorme ventanal del piso 40 del Hotel Cerulean en Tokio se observa con nitidez el cruce más famoso del mundo, el de Shibuya. Una multitud lo atraviesa a toda velocidad y en diversas direcciones, y cada uno parece seguro del propósito que le lleva a recorrer la trayectoria que transita, y no cualquier otra.

Y eso que posibilidades que elegir no faltan. En el del centro de Tokio uno se encuentra con todas las opciones. Puede ir al norte o al sur; al este o al oeste; también en diagonal; recorridos múltiples que, en la vida, no suelen aparecer. Hasta puedes regresar sobre tus propios pasos, lo que, en nuestra existencia diaria, constituiría una gran alivio en incontables ocasiones.

No es difícil imaginar que los Jordis, Sànchez y Cuixart, al menos de momento no se arrepienten de haber sembrado el independentismo ilegal –también al menos de momento- en el territorio catalán. Si fuera el caso y estuvieran en Shibuya, siempre podrían retornar por donde han venido, sin mayores consecuencias.

Pero, sin duda, las decisiones que han ido tomando ya hacen ese regreso imposible, incluso ahora que las derivaciones que provocan sus detenciones en Madrid aún no se han evidenciado del todo. Sean presos políticos o políticos presos, como argumentan, según los ven, unos y otros, la realidad es que ni han asaltado bancos ni han agredido a ciudadano alguno.

Al menos, directamente, porque también podría defenderse que no solo han contribuido al potencial empobrecimiento de los catalanes y los españoles –la autoridad fiscal estima el coste de la crisis en 13.000 millones-, sino que también han impulsado –quieran o no- la agresividad y el ofuscamiento entre ellos, más allá de, como es evidente, desgarrar la legalidad. Ya están en la cárcel. Si esto fortalecerá nuestra estructura constitucional o ayudará a derribarla, está por ver.

La puesta en marcha del artículo 155, en alguna de sus modalidades, está muy cerca de colarse en nuestro ordenamiento jurídico, generando la composición de un nuevo y desconocido escenario en el país. Uno que no será necesariamente mejor, puesto que esta confrontación no deseada ya tiene sus primeros mártires; y éstos, junto a los cientos de miles que los secundan, no parecen dispuestos a retirarse en medio de una derrota humillante, como ya advirtió Artur Mas, el hombre que parecer saberlo todo. El ex president, como la ahora exiliada Bruixa d'Or, no solo lo sabe todo o casi todo, sino que además suele tener la osadía de anunciar el desenlace del siguiente capítulo de esta tragicomedia nacional antes de que ocurra.

En todo caso, probablemente el Estado debería dar una respuesta a la crisis territorial que fuera más allá de la mera aplicación de las correcciones que aporta la legalidad a quienes intentan vulnerarla. De otro modo, estaremos cerrando en falso una crisis que no tardará en regresar con, seguramente, mayor envergadura e implicaciones.

En Shibuya, siempre es posible regresar a la esquina de la que has salido. En la vida, casi nunca lo es, sobre todo si ha ocurrido algo dramático por el camino. En España, donde todo lo relacionado con el contencioso en Cataluña es ya dramático, como la encarcelación de los Jordis, parece necesario reordenar el marco de convivencia política que se deriva de la legitimidad vigente antes de llegar a la esquina próxima. Al revés que en el apasionante centro tokiota, el trayecto que transitamos cada día es más peligroso, y carece de vuelta atrás.