El proceso independentista ha entrado en su fase de victoria por avalancha y permítanme que llame ilusos a quienes creen que España no se ha roto ya. Llamar huelga a lo de este martes, con cientos de miles de personas cerrando comercios por la fuerza, rodeando las comisarías, los cuarteles de la Guardia Civil y las sedes de los partidos políticos constitucionalistas es no haber entendido nada de lo que está ocurriendo ahora mismo en Cataluña y que no es otra cosa que la derrota por incomparecencia del Estado y el abandono a su suerte de tres millones y medio de ciudadanos no nacionalistas.

¿Huelga? ¿Proceso? ¿Referéndum? ¿Y por qué no utilizar la palabra correcta? Revolución. Los que no utilizan el término por miedo a sus supuestas connotaciones positivas (en las mentes infantiles las revoluciones son siempre a mejor) deben de desconocer que la más famosa de todas ellas acabó con cien millones de muertos.

Los acontecimientos se están desarrollando con tal rapidez y virulencia en Cataluña que el Gobierno ha perdido no solo la iniciativa, si es que en algún momento la ha tenido, sino también la confianza de los españoles en su capacidad para detener el golpe o siquiera aminorar sus efectos. Ver a grupos de hasta quinientos policías nacionales abandonar entre escupitajos e insultos los hoteles en los que se alojaban sin que nadie haya sido capaz de impedirlo transmite un mensaje inequívoco a las masas que los acosan: habéis ganado y vosotros sois ahora la ley

La respuesta del Gobierno a la huelga sobrepasó incluso las expectativas más pesimistas. Hacienda amenazó con descontarle un día de sueldo a los funcionarios huelguistas catalanes y Zoido ordenó a los policías que aún permanecían en sus hoteles “quedarse en ellos”. Las risas aún se oyen en la plaza Sant Jaume.

Puede que para alguien que sólo ha vivido huelgas generales sindicales convencionales resulte difícil entender lo que ocurrió este martes en Cataluña. Si el Gobierno central ha perdido el control de la situación no le anda a la zaga el Gobierno de la Generalitat, que ha cedido ya la suerte del proceso a las masas, formadas en su mayor parte por adolescentes, azuzadas por entidades como la ANC y Òmnium, y envalentonadas por un cuerpo de policía autonómico abiertamente cómplice del golpe y que a día de hoy es una fuerza paramilitar más.

En un vídeo que corrió como la pólvora por las redes sociales puede verse a un ciudadano de acento eslavo retirar a patadas los neumáticos incendiados que le cierran el paso mientras le grita a los huelguistas “graba, graba, hijo de puta, no tenéis ni puta idea de lo que ha pasado en Rusia, ya pronto tendréis aquí armas, pronto, ya lo veréis, ya lo veréis”. Unos mossos d’esquadra asisten impasibles a la escena. “Por vuestra culpa habrá una guerra civil” les chilla el hombre. “Tira, tira” le responden ellos con desprecio.

En la batalla de la propaganda, esa en la que el independentismo camina tres o cuatro pasos por delante de su oponente, la idea fuerza del día fue la de la supuesta armonía entre independentistas y constitucionalistas. Decenas de fotografías en las redes sociales mostraban a adolescentes con banderas españolas y catalanas caminando juntos y en armonía. El mensaje era el mismo que el de aquella famosa foto de una pareja besándose mientras sostiene sus pasaportes, ruso él y ucraniano ella, y le hace una peineta a la cámara. No hace falta recordar el epílogo del beso, una guerra abierta entre el país de él y el de ella, y su prólogo: la Revolución Naranja, tan pacífica, fotogénica y justa como lo es ahora la catalana.

El contrapunto de tanto lirismo catalán lo daba la mujer que lloraba desconsolada en Antena 3 y ofrecía su casa a los policías desalojados. Uno de ellos le daba las gracias y la mujer le contestaba aterrada “gracias a vosotros, si no, estamos solos”. ¿El Gobierno? Ni está ni se le espera en Cataluña. La sensación de desamparo y de abandono entre los ciudadanos no nacionalistas ha alcanzado ya niveles de epidemia. “Tengo a una amiga en casa y me acaba de decir llorando que no quiere volver a Barcelona”, me decía una amiga periodista malagueña. No hace falta rebuscar mucho en Twitter para encontrar decenas de testimonios similares.

Lo dije en Twitter poco antes de que un independentista, anónimo por supuesto, me amenazara con “tomar nota” de mis opiniones. Me gustaría saber cuándo han pasado los catalanes independentistas el mismo miedo que están pasando hoy, y que pasarán mañana, y las semanas y los meses siguientes, los catalanes no independentistas. Me gustaría que rebuscaran en sus viejos libros de historia para encontrar algún otro movimiento de masas nacionalista, xenófobo y supremacista capaz de inspirar esos niveles de pánico en las víctimas de su odio. Me pregunto si se verán reflejados en esa ideología  y si entenderán por qué tanta gente en Cataluña les tiene miedo y ha decidido callar, no manifestarse, no significarse, no opinar, no mostrar su desacuerdo y pasar desapercibida. Deberían hacerlo. El espejo les devolvería una imagen grotesca de sí mismos.