Es evidente que para vivir en China hay que tener una paciencia de chinos. Supongo que de ahí proviene el dicho, y quizá también el hecho que explique por qué millones de sus ciudadanos han emigrado hacia otros lares. No todo el mundo, aunque sea chino, tiene la paciencia requerida.

Yo, que soy de naturaleza impaciente, atesoro sin embargo las absurdas noticias que se publican sin parar sobre las costumbres sociales y sexuales de la segunda potencia económica del planeta, aunque me resista a creer que los chinos sean tan extravagantes como los describen. No tengo un jefe chino, ni un amigo chino, ni siquiera un amante chino. Los únicos con los que me relaciono son los camareros de sus restaurantes, los dependientes de sus tiendas y las amabilísimas esteticistas que manicuran y depilan el centro y las extremidades de mi ciudad. Aun sin conocerlos, admito que últimamente los miro con cierta curiosidad morbosa. ¿Serán como se cuenta? 

Los chinos andan a menudo a la búsqueda y captura de nichos de mercado. Están en su derecho, son así de emprendedores, pero a veces se pasan de frenada. Valga como ejemplo el espinoso tema de las agresiones sexuales, que no se sabe si van en aumento o tan solo se habla más de ellas. Sea como fuere, he ahí un nicho, luego he ahí a un chino. Este, en concreto, ha fabricado un lanzallamas en miniatura que causa furor entre las féminas. El dispositivo tiene el tamaño de un mechero, dura encendido hasta 30 minutos y alcanza medio metro de distancia. La policía china lo considera un dispositivo peligroso, sólo faltaría, y ha prohibido su comercialización, pero da igual, se vende por doquier en internet. Ya ocurrió con unas pequeñas ballestas de bolsillo, por supuesto chinas, capaces de disparar agujas que sin ser mortales, hacían mucha pupa. Lo cual no fue óbice, más bien al revés, para que legiones de señoras y señoritas se alegraran mucho de llevarlas en sus bolsos por si las moscas. Por si los moscones.

Mientras las damas se dedican a disparar flechas a las partes pudendas de sus agresores o a chamuscarlos con un mini-lanzallamas, la marca de automóviles Audi ha lanzado en China una campaña diseñada ex profeso para aquel mercado, en la que se compara a las mujeres con un coche de segunda mano cuyas prestaciones son "defectuosas". El anuncio muestra una boda en la cual la suegra inspecciona a la desafortunada novia como si fuera una yegua, le mira las orejas, le explora los dientes... Cuando llega a los pechos, la imagen se congela para superponer un slogan en rojo que dice: "Una decisión importante debe tomarse con cuidado". Y a ver quién refuta tamaña obviedad.

Además del lanzallamas, la ballesta y el anuncio, me ha llamado la atención un centro comercial, el más grande de Shanghai, que ha decidido habilitar un espacio "aparcamaridos" al estilo del "aparcaniños" de los suecos, pero sin bolas de colores. Se trata de una serie de jaulas de cristal pertrechadas de silla y monitor donde encierran a los esposos para que se entretengan con sus cosas y no den la murga diciendo "me aburro" o "¿cuánto falta?" por los infinitos laberintos de este campo consumista de concentración. 

Realmente no sé qué relación tienen una noticia con la otra y con la de más allá, salvo la estupefacción que me producen las tres. A veces pienso que tal vez sean cuentos chinos, tan propios de Zhongguo, la Nación del Centro, como se llaman a sí mismos. Pero..., ¿y si todo lo que se cuenta de allí fuera verdad? ¿Cuántos millones de chinos decís que hay?