En algún momento de la Transición pasó a ser imposible decir según qué cosas. Salvo que uno croara desde charcas extraparlamentarias y sin micrófonos. Eso se ha terminado, como tantas cosas buenas. Que nadie se confunda: cualquier tiempo pasado no fue mejor. Esta democracia cuarentona atravesó bailando tecno los años de plomo, un muerto por semana. La gran vergüenza, hasta que un puñado de vascos valientes sembró la semilla de la dignidad. Hoy España no soportaría un crimen de ETA, o así quiero creerlo. Lo que sí soportan los unos y celebran los otros es la retórica de ETA, el blanqueo de ETA, las alianzas con los viejos amigos de ETA, el agravio a las víctimas de ETA.

Los progres de plató quieren despenalizar la humillación a las víctimas del terrorismo porque las redes sociales han hecho prácticamente imposible que un nativo digital comprenda la necesidad de limitar la libertad de expresión. Nativos ellos mismos, o contagiados por sus hijos, no hay modo de que los jueces aprecien la existencia de una amenaza, salvo que vaya dirigida contra ellos. En un contexto tal, inundados por titulaciones tan improbables como inútiles, con generaciones de periodistas educados en la idea de que la verdad no existe, el doble baremo de la opinión pública es inevitable y el neocomunismo tiene patente de corso. Algunas de las frases pronunciadas por Pablo Iglesias y sus próximos, de las que existen grabaciones, acabarían con la carrera de cualquier político de otro partido, excepción hecha de aquellos que votaron a su favor en la reciente y fallida moción de censura: ERC y Bildu.

Me aburre sobremanera el tráfico de ejemplos. Búsquelos el lector en la red si no conoce aún los elogios a terroristas y tiranos, la camaradería de la violencia cazafachas, el machismo psicopático, el regodeo en el mal de los policías. Cuando eso sale gratis, y vaya si les sale, solo puede deberse a alguno de estos motivos: 1) Tesis de las Españas enfermas: medio país está aquejado de odio y el otro medio de cobardía. 2) Tesis del sándwich: ciertos propietarios de grandes medios que creen controlar la opinión pública favorecen a los neocomunistas para armar un espantajo y matar al centro. 3) Tesis del bufón: no hay patente de corso en realidad, sino la lógica diferenciación entre quien habla en serio (a este se le exige más) y el espontáneo buscavidas que sobreinterpreta a una mosca cojonera. Las tesis no son excluyentes.