Quiero levantar mi copa virtual y dedicar mi salida en tromba semanal a las “zorras” y “putas” que estos últimos días se han sentido apaleadas, olvidadas y desamparadas.

Quiero brindar por ellas por ser como son, por aguantar el tipo y un sinfín de cochambrosas miradas sin bajar nunca la cabeza; por soportar estoicamente el silencio de quienes tenían que haber levantado su voz y sus adjetivos virulentos contra estos hombres que insultan, humillan y coaccionan a las mujeres.

Quiero felicitarlas por pensar, que lo piensan, que están muertas y, pese a todo, seguir caminando hacia adelante.

Sé que “zorras” y “putas” fueron excesivamente tibias ante el juez Velasco, que miraron para otro lado y no contaron todo lo que saben, y que por ello Mauricio Casals y Francisco Marhuenda se salvaron e intentan salir a hombros de la plaza y en lugar de acabar siendo presuntos delincuentes se pueden vestir de luces y quién sabe si de víctimas. Eso sí, el hierro de la ganadería no se lo va a quitar ya nadie al director de La Razón.

Pero pese a este silencio administrativo, que no es comprensible pero sí lógico, quiero decirles a estas “zorras” y “putas” que no están solas aunque solas las hayan dejado quienes en otras ocasiones han puesto el grito en el cielo y se han revuelto a horca y cuchillo por expresiones machistas semejantes o con mucha menos pólvora que estas.

Estaba convencido de que llamar lo uno y lo otro a personas honorables no le podía salir gratis al espécimen este que se dedica a menospreciar a las mujeres para luego pedir perdón amparándose en su beatífica expresión de meapilas, dicho esto sin ánimo de ofender ni a los beatos ni a los meapilas. Me equivoqué del todo. No ha sido denostado, insultado o vilipendiado como lo han sido otros muchos por burradas menores.

Su “perdón” ha debido de llegar al corazón de las asociaciones feministas de todo signo y condición que no han puesto el grito en el cielo, ni tan siquiera se han molestado en condenar los insultos, cuando hasta hace unos días aullaban a diestro y siniestro ante cualquier ataque equivalente o de menor octanaje. Y que nadie se caiga del guindo porque quien pone una vez la etiqueta de “zorra” y “puta” al hablar de algunas mujeres la pone ciento; de no ser así hay que reconocer la pésima suerte del fulano al ser grabado justo la única vez que lo ha dicho en toda su vida.

Debe de ser que hasta en esto de las “zorras” y las “putas” hay clases y por lo que se ve, ideología, demasiada ideología sobre algo que tendría que ser meridianamente claro y diáfano: la lucha sin cuartel por la igualdad; sin adjetivos, sin intencionalidad política, sin instrumentalización partidista, sin nada que no sea la igualdad.

Pocos días antes de que se supiera el contenido de las grabaciones de la Operación Lezo, asociaciones feministas y determinados partidos arremetieron con saña contra la presidenta de la Comunidad de Madrid ¡qué casualidad! por afirmar en una entrevista que a veces se hacía la rubia cuando se reunía profesionalmente con algunos hombres. El pin-pan-pun fue inmediato: se la acusó de machismo, de humillar a las mujeres, de mujer florero, de ser un desdoro para las de su sexo…

En noviembre del pasado año, David Pérez, el impresentable alcalde popular de la localidad madrileña de Alcorcón, dijo aquello de “mujeres frustradas”, “mujeres amargadas” y “mujeres rabiosas”. La cantidad de leches recibidas por el edil fue directamente proporcional a sus lamentables expresiones. Nada que objetar. La objeción viene en la comparación. ¿Qué diferencia existe entre “frustradas”, “amargadas” y “rabiosas”, por un lado y “zorras” y “putas” por el otro? ¿O qué es peor: que la presidenta de la Comunidad de Madrid diga que a veces se hace la rubia o que a ella y a su jefa de gabinete las llamen “putas” y “zorras”?

¿Por qué estas afirmaciones del espécimen no han merecido de los guardianes/as de las esencias feministas una respuesta equivalente? ¿Porque las víctimas no son de las suyas? ¿Porque el ínclito y su príncipe están protegidos por un grupo televisivo al que mejor no molestar? ¿Por qué?

Quizá es que ahora las asociaciones feministas aceptan ya zorra y puta como animal de compañía.