Unos intelectuales vascos nos han retratado. La crème de una tierra próspera y feliz ha puesto los puntos sobre las íes para recordarnos la insalvable distancia que nos separa. Tenían que quemar los puentes venciendo su natural contención, a ver si así nos enteramos. Somos, compatriotas míos, una mancha en el esplendor vasco. No nacimos salvos, Dios no está de nuestro lado. Somos fachas o progres trasnochados, catetos, chonis, opresores, atrasados, ignorantes, vomitivos. Un asco, como nuestra bandera.

El odio tribal pide sangre, y a la mínima brota. En la cronología habitual, luego hay más sangre, linchamientos, atentados y, eventualmente, crímenes de lesa humanidad. No se respeta nada porque el odio es una pasión. Ha sucedido mil veces. Lo insólito en el caso de la Academia vasca del odio es el orden seguido. Así:

Primero mataron a casi un millar, lesa humanidad. Luego vino el asesinato por goteo, la amenaza y la humillación siempre. De preferencia vejando al muerto en su ataúd, variante de la infamia que contó con la impagable colaboración de la Iglesia. Por fin, acabaron trabajando en la imposición de su "relato" (en resumen, los buenos eran ellos). Y entonces, cuando todo duerme, llega el programa. Humor televisivo, según el gobierno vasco. ¡Fuera modestia! ¡Una lección de humanismo eskaldún! El odio nacionalista vasco ha preferido el decrescendo. Qué capricho.

Lo peor del odio es que se te adhiere. Quisieras echarlo al olvido -a broma, lendakari-, pero el vómito ajeno apesta en tu ropa. O el PNV paga la tintorería, o no hay manera de disimular; debatir, por ejemplo, si ese odio va en serio, si llegado el caso matarían. Porque ya lo han hecho mil veces.

El modo de producción nacionalista vasco de odio (MPNVO) es tan particular que, si lo lleváramos a la ONU, no podríamos advertir que "esto va a acabar mal" porque mal es como empezó y como continuó. Y dada la composición de la instancia neoyorquina de derechos humanos, capaz de escandalizar a Hannibal Lecter, no descarto que nos pusieran una multa:

Ya no les disparan en la nuca, tiquismiquis, ya no les vuelan cuarteles con niños, ya no yacen sus cuerpos, paraguas y diarios sobre los adoquines húmedos, ya no descuartizan guardias veinteañeros, ya no vuelan supermercados, ya no amenazan mucho, ya no aíslan apenas a familias en los pueblos, ya han hecho el sacrificio de entrar en política, coño. Qué insultos ni que insultos... ¡Indultos, picajosos!