Desde que el biólogo Richard Dawkins, allá por 2008, rotuló los autobuses londinenses con el eslogan "Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de su vida", que la publicidad sobre ruedas no ponía patas arriba a un país. Entonces faltó tiempo para que una asociación de "ateos y librepensadores" reprodujera la campaña en los autobuses de las principales capitales españolas.

Ahora la polémica viaja en un autocar con letrero a lomos que ha acabado retenido y vigilado por varios agentes en una cochera de las afueras de Madrid. Sin salir de la capital, ya ha dado varias vueltas a España. Su mensaje es aparentemente inocuo: "Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen".

Ahora bien -y salvando las distancias-, imaginemos que un grupo racista publica este anuncio: "Los blancos son blancos. Los negros son negros. Que no te engañen". Porque puede ocurrir que el problema no esté en la textualidad, sino en lo que el autor transmite entre líneas. Insisto en lo de salvando las distancias, pues Hazte Oír es una organización legal que no ha tenido, al menos hasta la fecha, problemas con la Justicia. 

Por otra parte, su campaña es la respuesta a otra de una asociación de familias de menores transexuales que ha llenado las marquesinas de los autobuses del País Vasco y de Navarra con carteles en los que se lee: "Hay niñas con pene y niños con vulva".

Muchos colectivos que en su momento invocaron la libertad de expresión para defender la circulación del autobús ateo de Dawkins, ahora le cierran el paso al autocar de marras; y al contrario, sectores que entonces quisieron frenar aquel vehículo exigen hoy el derecho a que transite este otro. Vuelve la España tuerta, la que sólo ve a través de su credo.

Un elemento novedoso, en cambio, es la sorprendente unanimidad de los partidos, favorables a retirar de la circulación el autocar de Hazte Oír. Si los tribunales acabaran desechando por drástica la medida, para muchos se confirmaría lo que recelan: que aquí está imponiéndose la corrección política. Y es que tal coincidencia entre adversarios, además de infrecuente no refleja la disparidad de voces que en la calle se escuchan en relación a este asunto. 

Tanto la publicidad transexual en las paradas de autobús, como la de Hazte Oír o la que empleó Dawkins en su día buscan provocar una reacción en la sociedad. Pero uno se pregunta si los autobuses son el lugar adecuado para plantear debates acerca de la existencia de Dios o sobre el tipo de atención que debe darse a los niños con disforia de género; y si acaso al hacerlo no estaremos propiciando una discusión autobusera. O camionera. Hay cuestiones que merecen otros foros.