Los que volvieron del Parlamento Europeo, la comparsita de Puigdemont, volvieron con la senyera a media asta, el alma llena de pena y la butifarra fría en la tartera. Porque lo que en la España del peor Rajoy es disparate berlanguiano, en Europa es trámite burocrático para que canten los pueblos y las regiones. Un trámite como las ayudas comunitarias al gorrino de Flandes o al pato del Languedoc.

Pero sí, a Puigdemont se le puso la cara solemne en la ocasión más alta que vieran los tiempos: concretamente sus tiempos, que lo llevaron del municipalismo a ponerle flequillo y sordina a las vergüenzas del hereu Artur.

Tarradellas y su ja sóc aquí, y Puigdemont y cía. con el están allá, como internacionalizando entre funcionarios grises y torres frías la gramática parda del neocatalanismo. Claro que al acto de europeización catalana acudió Junqueras, garante de no se sabe qué garantías izquierdistas de la estelada, y todo con cargo al gasto público de una ribera y otra del Ebro; con Junqueras, efectivamente, en el pack y chupando por liderar intelectualmente la turné europea.

En la sala de prensa donde Puigdemont largó se arrejuntaron 350 personas entre enchufados, liberados separatistas y querid@s de estos últimos, que la ocasión bien lo merecía y Trump pudo darse por enterado. García-Page anduvo el miércoles por Bruselas pero triunfó por contraste: catalán en Toledo se bautizó.

En todo caso, las imágenes nos inmortalizan a este matrimonio Perón en catalán, a Puigdemont y a Junqueras, con la cara agriada e histórica que le sale a uno de sólo hablar a los irreductibles suyos. Cierto es que se pusieron en su rictus de estadistas, y hasta a Romeva los brillos bruselenses le hacían en la limpia calva un brillo de beato de la cosa. Cierto que, por el Casino de Madrid, Rajoy -otro estadista bajo el fuego amigo y mediático- pidió/agradeció que no le preguntaran más por Aznar. Oh...

Puigdemont se fue a una gran plaza en invierno, como los maletillas de antes, que se llevaban la parienta y el suegro con bocadillos y café anisado por esos cosos del mundo. Toreara bien o toreara mal, la cuestión era acompañar la locura del torerillo con el graderío del pueblo.

El problema es que la becerrada sin muerte que es la internacionalización del prusés la pagamos aquí los españoles de bien, y que esto a Rajoy tampoco lo desvela. Y más que en "tendido de sombra", Brey nos sienta en Telesoraya: con sus podemos, con sus panes payeses y con sus circos contables.