Un señor quema una ejemplar de la Constitución española en Rubí, Barcelona.

Un señor quema una ejemplar de la Constitución española en Rubí, Barcelona.

Columnas LA IMAGEN DE LA SEMANA

Ocho apellidos en Rubí

11 diciembre, 2016 03:22

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Un anciano de 89 años prende fuego a un ejemplar de la Constitución Española en Rubí, único municipio de Barcelona que celebró la festividad del 6 de diciembre porque un concejal convergente vendido al enemigo apoyó una moción conmemorativa de PP, PSC y C’s.

Esta escena concentra todos los ingredientes de una película de Berlanga, que antes de convertirse en cineasta fue falangista y divisionario cuando en España no se podía ser otra cosa. Ahora, que en Cataluña sólo se puede ser nacionalista, esta imagen confirma la genuina españolidad del independentismo. Cinco notas de humor.

1.- La celebración del Día de la Constitución ha pasado de ser un dibujo de párvulos al motivo de una moción y el peaje de un tránsfuga de CiU.

2.- El partido del tránsfuga cambió de nombre para ocultar un pasado ominoso de latrocinios y comisiones del 3%, como hacían los forajidos del far west sin que esta treta haya modificado un ápice la querencia fenicia de sus afiliados.

3.- Medio centenar de alegres manifestantes corean el nombre del tránsfuga -
"Ens falta el Sergi García", dicen- y jalean a l’Avi, sobrenombre del padre de la patria catalana, Francesc Macià, e impulsor de un proyecto de Constitución de la República Catalana que en su articulado, por supuesto, blindó la indisolubilidad de l’Estat.

4.- Estos maulets son la vanguardia de una Euskal Herria con barretina -els Països catalans- y tienen en Felipe VI una excusa perfecta para recrear la resistencia contra la dominación borbónica.

5.- El iaio se llama Juan Martínez, nació en Almería y estuvo 16 veces preso -según dice- por "luchar por la República y contra el fascismo": ahora, por lo que se ve, protestar contra una festividad en la que nadie cree bien merece una hoguera.

La nación, "unidad de desatino en lo universal" ha confirmado en Rubí que el signo distintivo de su "indisolubilidad" es ese esperpento capado de drama que tan bien retrató el cineasta valenciano y que tan mal ha imitado Emilio Martínez-Lázaro con su saga de ocho apellidos.