Al CIS catalán habrá que concederle la credibilidad que merecen los sondeos desde que el final del bipartidismo trajo consigo el deterioro de la reputación de los arúspices. Pero a independentistas y allegados conviene tomarlos en serio en la cocina de una investidura en la que, como ya se ha visto, algunos chefs trafican en colza con tal de inflar las ganancias.

Lo de menos es si los escrutadores de vísceras aciertan al presagiar que son más los catalanes partidarios de la independencia que sus detractores, o si yerran intoxicados de secesionismo. Lo importante es cómo habría de afectar este último queo de cara a la formación de un Gobierno.

Puede que no sea exacto eso de que el 47,7% de los catalanes quiere poner tabiques frente al 42,4% que prefiere mantener intactos los muros de la propia casa. Pero de lo que no hay duda es de que el soberanismo no ha parado de crecer desde que Zapatero puso en almoneda la legitimidad legal de una dañada convivencia con la promesa de que el Gobierno acataría la reforma del Estatut que viniera de Cataluña.

Está claro que la política de Rajoy, ora habanándose, ora impulsando investigaciones en la cueva de Alí Babá, ha resultado tan nefasta como la huida hacia delante del pujolismo y su apuesta por extremar el potro de la ingeniería social para escapar de las redadas envuelto en una estelada gigante. Lo que no está claro es qué van a hacer los partidos llegada hasta aquí la riada.

Es tan difícil pensar que los dirigentes de Convergència puedan dejar de hacer de palafraneros de ERC y la CUP, como confiar en que un pacto bajo mano entre Homs y Rajoy servirá para restablecer el statu quo de paz por territorio: es decir, impunidad a cambio de mantener la llama independentista a baja intensidad, pues ni las investigaciones judiciales se congelan ni será sencillo frenar al jumento independentista, espoleado como anda.

Es obligado exigir al PP claridad en sus negociaciones con los nacionalistas para que PSOE y C’s decidan si se abstienen o apoyan la investidura. Ir a terceras elecciones no es una opción, así que cuanto antes faciliten la formación de un Gobierno, antes podrán ocupar el lugar que les corresponde.

El PSOE tiene que sentirse singularmente aludido por el barómetro catalán. Resulta que la fórmula federal convence menos que el actual Estado de las autonomías (21% frente a un 26,5%). El PSOE debe meter en vereda al PSC para que no siga dando pábulo al nacionalismo con nuevas propuestas extemporáneas como la ley de claridad canadiense.

Finalmente, es muy llamativo que el único partido que sale bien parado sea Catalunya Sí que es Pot, la formación que con más imprecisión y contrariedad se ha posicionado en el debate sobre el derecho a decidir. El mérito hay que atribuírselo a Ada Colau, si bien la consolidación de la marca de Podemos en esta comunidad participa de la misma autosuficiencia que ha permitido a Pablo Iglesias salir indemne entre su grey del batacazo de junio.

Podemos tiene ya una base muy sólida porque es depositario de una masa de votantes acríticos hasta el fanatismo. De otro modo no se explica que ni las expectativas truncadas ni el hecho probado de haber consolidado a Rajoy en el Gobierno penalicen a Iglesias. Sus forofos, sencillamente, no se lo tienen en cuenta o se ovillan condescendientes en el argumentario oficial. Es la nueva izquierda. Ya saben… ¡Soberbios del mundo, uníos!