Franco marcó el camino a la hora de desentenderse de las consecuencias de sus propios actos, cuando dijo aquello de a "ese lo mataron los nacionales", refiriéndose a un militar fusilado por oponerse a su sublevación. Desde entonces no le han faltado émulos en la política española, pero en las últimas horas acabamos de toparnos con dos desopilantes ejemplos en una y otra orilla del río.

El más llamativo por su acumulación de rayos, truenos y centellas es el artículo en forma de maldición bíblica que el exministro Jorge Fernández Díaz ha publicado, a propósito de la votación del Tribunal Constitucional que anticipa el inminente rechazo del recurso presentado en 2010 contra la ley del aborto de Zapatero.

El mal negocio de Pedro Sánchez.

El mal negocio de Pedro Sánchez. Javier Muñoz

El título Eres tibio y por eso te vomitaré de mi boca es una cita del Libro del Apocalipsis que ya había sido usada por Espinosa de los Monteros contra el PP de Casado. Esta vez va dirigida contra la decaída mayoría conservadora del TC que durante más de una década permitió que el recurso "durmiera el sueño de los justos", para que ahora "vea la luz en una sola tarde", apenas se ha invertido la correlación de fuerzas.

Más allá del chiste patoso de apoyarse en la denominación de "ley de plazos" para alegar que trata el aborto "como si fuera una transacción comercial o compraventa", el artículo centra sus náuseas en esos magistrados que se parapetaban en la "complejidad técnica" del asunto para dilatar su resolución. Donde otros percibían "moderación" al abordar algo de tanta trascendencia jurídica y moral, él detecta "tibieza" en su grado más directamente "vomitivo".

Supongo que Jorge Fernández Díaz también estará haciendo extensivo su anatema a la conformidad de Feijóo tras conocer el posicionamiento por 7-4 del tribunal. Lo sorprendente es que sus arcadas no le hayan hecho vomitar previamente sobre sí mismo. Le hubiera bastado recordar que formó parte del gobierno que desde diciembre de 2011 hasta diciembre de 2015 contó con una holgada mayoría absoluta que le hubiera permitido derogar esa ley, a sus ojos tan abominable, restablecer la anterior que restringía el aborto a los llamados "supuestos" o incluso promulgar una nueva prohibiendo la interrupción del embarazo hasta en los casos de violación de menores de edad.

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Más que la "complejidad técnica" del recurso fue la "incongruencia política" de sus promotores lo que paralizó a los magistrados del TC. Recuerdo la indignación de su entonces presidente Francisco Pérez de los Cobos cuando nos explicó a María Peral y a mí que no estaba dispuesto a que el tribunal se fracturase en un asunto entonces mucho más polémico que hoy, mientras Rajoy sesteaba sobre su mayoría sin cambiar la ley ni retirar el recurso. Su razonamiento no dejaba de suponer una abdicación de responsabilidades al amparo de otra mayor, pero iluminaba muy bien la inanidad y esterilidad que en casi todos los ámbitos caracterizó al gobierno en el que Fernández Díaz servía de guardaespaldas a su presidente estafermo.

"Antes de vomitar sobre los demás, Fernández Díaz debería darse golpes de pecho por su complaciente cobardía como ministro"

Antes de vomitar sobre los demás, Fernández Díaz debería darse golpes de pecho, con el cilicio puesto, por su complaciente cobardía como ministro. Al menos Gallardón tuvo la coherencia de dimitir cuando Rajoy le tiró abajo primero la reforma del CGPJ y luego la propia reforma del aborto.

Entiendo que a Feijóo le convenga aunar a todos los sectores y familias del PP, como contraste con las profundas divisiones que las concesiones de Sánchez a sus socios están generando entre las bases del PSOE. Y las lealtades personales también cuentan.

Pero, junto a la foto zaragozana de la unidad, debe constar en acta que, así como la etapa de Aznar puede servir en líneas generales de referencia de un proyecto regenerador como el que ahora necesita España, la de Rajoy impregnó la vida pública de un tedioso espíritu de res inutilis, que sentó las bases del lamentable niquiscocio que ahora regenta Pedro Sánchez.

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Mientras el apocalíptico artículo de Fernández Díaz y estas reflexiones anexas se refieren a un agua ya pasada, la disposición a hacerse el sueco que mueve el molino del momento la protagoniza, claro está, el actual presidente del Gobierno. Su descripción del jueves en Bruselas, al referirse a la rebaja de penas a más de 500 delincuentes sexuales, tras la entrada en vigor de la ley del sí es sí, como "la situación que se ha provocado", pasará a la antología de cómo ponerse de perfil, quitarse de en medio o llamarse andana.

Sánchez habla de los efectos de una ley elaborada por su Gobierno, aprobada en su Consejo de Ministros, respaldada por su mayoría parlamentaria y rubricada con su firma en el BOE, como si hablara del terremoto de Turquía. Como si hubiera surgido por generación espontánea, adquiriendo vida propia, hasta desencadenar mediante esa conjugación reflexiva los "efectos no deseados" de la "situación que se ha provocado".

"Tal y como suenan las palabras de Sánchez, la desoladora pedrea revictimizadora no estaría siendo sino un inesperado fenómeno meteorológico"

Es la gramática política para besugos con verbo y predicado, pero sin sujeto. El onanismo administrativo por el que las situaciones se provocan a sí mismas sin que el huevo tenga que brotar de la gallina.

La tipología de los beneficiados por las rebajas de penas no puede ser más abominable: el violador que penetró vaginalmente a una vecina de 14 años contagiándole una enfermedad sexual, el reincidente que lo hizo vestido de romano, el que drogó y violentó a una chica en el campus, el abusador de menores que almacenaba mil fotos de porno infantil, los dos hermanos que pegaron, robaron y violaron a una mujer a la que habían dado 50 euros… Pero tal y como suenan las palabras del presidente, esa desoladora pedrea revictimizadora no estaría siendo sino un inesperado fenómeno meteorológico. Una ola de reducciones de condena, emparedada entre la última ola de frío y la próxima ola de calor.

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Al menos Irene Montero tiene un relato en el que resulta que sí ha habido alguien que está haciendo mal algo y merece ser declarado culpable: la "minoría de jueces" que está aplicando la ley con criterios distintos al suyo. No importa que su número se mida ya por centenares. No importa que entre ellos abunden los magistrados y magistradas de acreditado perfil progresista. El desparpajo de la ministra de Igualdad llega al extremo de pedir perdón por la conducta de estos jueces, en nombre de ese "Estado" al que para oprobio general aun representa.

Pero Irene Montero no podría sostener esos delirios si su teórico jefe no los permitiera e incluso avalara con el discurso oficial de que se trata de una ley magnífica que por razones desconocidas se ha salido de su órbita. El problema de Sánchez es que -según Sociométrica- hay ya un 90% de votantes del PSOE que percibe que lo ocurrido es fruto de un grave error político y reclama su corrección fulminante.

Algo que resultaría relativamente sencillo si la compañera del rey Emérito de Podemos se prestara a asumir como "rectificación técnica" la vuelta a la tipificación de delitos y gradación de penas que regían con anterioridad. Máxime cuando Pilar Llop y Bolaños están dispuestos a ahorrarle la humillación del restablecimiento de la nomenclatura vigente hasta que ella reinventó las relaciones humanas, camuflando para ello los abusos sexuales en una singular agresión sin violencia. París bien vale otro oxímoron.

"El PSOE se ha mostrado más firme en las enmiendas que protegían a los perros de caza que en las que protegían a los menores amenazados por la ley trans"

Pero hay personas que no están en la vida pública para adquirir compromisos o tan siquiera escuchar a los demás. Que alguien como ella lleve ya más de tres años y pico en el Gobierno lo dice todo sobre el deterioro medioambiental que padecemos.

Cuando Irene Montero cruzó la supuesta línea roja de acusar a Pilar Llop y por extensión a todos los ministros del PSOE de pretender devolver a las mujeres al "calvario probatorio" del que ella las había rescatado, muchos imaginamos que por fin Sánchez iba a sentirse lo suficientemente colmado de razón como para cesarla.

Con lo que no contábamos los racionalistas impenitentes es con el último sofisma monclovita: puesto que Irene Montero está poniendo de su parte todo lo posible para que el presidente la destituya, Sánchez demuestra su gran inteligencia política al no caer en la ‘provocación’. Que sea ella la que elija entre dimitir -como si tuviera la dignidad de Gallardón, Asunción, Bono o Solbes- o continuar en el puesto tragándose las modificaciones en marcha.

Esa es la apuesta a día de hoy de Sánchez: que se repita en el caso de Irene Montero y su jacarandosa Rodríguez 'Pam', lo que acaba de ocurrir con Ione Belarra y Lilith Verstrynge. Después de acusar al PSOE de ponerse del lado de los maltratadores de animales e incluso de quienes "cuelgan galgos o entierran cachorros en cal viva", han terminado pasando por el aro de las enmiendas socialistas a la Ley de Bienestar Animal con tal de conservar sus cargos y nóminas como ministra y secretaria de Estado. En Moncloa lo celebran: que disfruten de la jaula de oro del gobierno de coalición bajo el principio de ‘cobrad y votad, benditas’.

Al margen de que no dejará de haber quien se pregunte por qué los socialistas se han mostrado más firmes en las enmiendas que protegían a los perros de caza que en las que protegían a los menores amenazados por la ley trans, es precisamente la acumulación de leyes defectuosas, conflictos sin resolver, huidas hacia delante, heridas personales abiertas, odios abisinios con sordina y juguetes rotos amontonados por doquier lo que ha convertido al gobierno de Sánchez en ese pintoresco niquiscocio.

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Ya en 1732 el Diccionario de Autoridades atribuía a ese vocablo sus dos acepciones actuales: "Negocio de poca importancia o cosa poco útil o despreciable, que se trae frecuentemente entre manos". Su uso coloquial, a modo de vulgarismo castizo, se refiere a un establecimiento, local, comercio, almacén o tienda de poca monta. Por eso la regla de tres de nuestras lamentaciones indica que un niquiscocio es a un negocio lo que la coalición de Pedro Sánchez al gobierno que necesita España.

Esto va a quedar naturalmente enturbiado el día ya cercano en que nos tocará hacer la misma equivalencia entre la grotesca iniciativa de Abascal con Tamames como títere y la moción de censura constructiva diseñada por la Constitución. Todo indica que, más allá de un educado acuse de recibo, mi Carta del domingo pasado no ha logrado perforar la coraza de la vanidad del nuevo paladín de la denuncia de la dictadura comunista que se cierne sobre España, sin que Feijóo se apresure a combatirla a sangre y fuego en las calles y las plazas.

Supongo que cuando la flecha del exhibicionismo enciclopédico está ya en el arco del oportunismo político, nada le impedirá partir. Tampoco el testimonio de Víctor Díaz Cardiel, el hombre que siempre estaba ahí cuando el "camarada Tamames" rendía sus devotos servicios al PCE. Pero si yo tuviera su edad y fuera el destinatario de ese epitafio de cuatro sílabas que, sirviendo de médium de Santiago Carrillo, le rebota hoy desde el inframundo, me parece que el día señalado me quedaría en la cama con gripe.