Además de seguir los acontecimientos al minuto naturalmente a través de EL ESPAÑOL, recomiendo a quienes quieran profundizar en los aspectos sustanciales del drama de Ucrania, que aprovechen el frío y lluvia de estos días para ver dos joyas y un bodrio aleccionador, a través de las plataformas de cine por demanda.

Javier Muñoz

Para entender el drama humano del aluvión de refugiados y los dilemas políticos que su acogida plantea en la Unión Europea, no se pierdan Merkel, disponible en Filmin. Se trata de una gran película política que reconstruye la crisis provocada por la avalancha de refugiados sirios durante el verano de 2015 y arroja una nueva luz sobre los valores éticos de la excanciller alemana.

El espectador asiste a las reuniones del Gobierno de coalición CDU-SPD y observa el doble juego del vicecanciller Sigmar Gabriel, las rastreras maniobras de los políticos bávaros y la mezquindad de Viktor Orbán, el único protagonista que todavía sigue ahí.

La crisis alcanza su climax cuando el líder húngaro decide empujar hacia la frontera alemana a las decenas de miles de fugitivos hacinados en la estación central de Budapest con una sola boca de riego como fuente de abastecimiento de agua.

Acogerlos o no acogerlos, he ahí el dilema. Merkel tiene a la opinión pública en contra y a los extremistas de Alternativa por Alemania generando violentos disturbios en la calle.

Los bávaros le exigen mano dura, pero la dama de hierro se funde, la dama de hielo se deshiela y en una memorable conversación con su marido muestra su rostro humano. El rostro humano de Europa.

La otra joya también en Filmin es una miniserie de la televisión serbia que documenta y dramatiza las vicisitudes que precedieron a la detención de Milosevic para su entrega al tribunal de La Haya. Se titula Los tres últimos días y podría haber estado dedicada a la caída de Honecker, de los Ceaucescu, de Mubarak o de Sadam Husein.

Pero es el despiadado nacionalismo étnico de Milosevic y su entorno, su total falta de sentido de la realidad, su absoluta carencia de límites morales, su ejercicio del derecho de pernada sobre territorios limítrofes, sus fantasías históricas como motor imperialista, su disposición a asesinar al competidor incómodo lo que le hermana con su protector y aliado Putin. Entornen los ojos y sustituyan al uno por el otro en cada escena. Ocurrirá algún día.

El bodrio producido por Netflix se titula Munich en vísperas de una guerra. Tomando como base la amena pero mediocre novela de Robert Harris que envuelve la célebre rendición de Chamberlain y Daladier ante Hitler en septiembre de 1938 en una trama de amor y espías, la película empeora sensiblemente el original. Y no sólo porque incluya la peor encarnación de Hitler de la historia del cine, a tono con una producción barata con aviones de cartón piedra.

Lo que la hace directamente repulsiva es su intento de blanquear a Chamberlain convirtiéndole no ya en un pacifista pazguato sino en un estratega astuto. "El tiempo extra del acuerdo de Munich permitió a los aliados prepararse para la guerra y condujo a la derrota de Alemania", dicen los rótulos finales.

Además de un postizo ajeno a la novela es una flagrante mentira que no puede ser inocente pues los historiadores coinciden en que durante los doce meses que transcurrieron entre la entrega de los Sudetes y la invasión de Polonia ocupación de Checoslovaquia mediante fue Alemania la que aceleró su rearme, agravando la desventaja de Francia y Gran Bretaña, como pudo comprobarse con la caída de París y los bombardeos sobre Londres.

Pero ni con toda esa tramoya incluida la impostada gravitas de Jeremy Irons en el papel de Chamberlain logra la película diluir la estúpida banalidad del apaciguamiento de un dictador con un propósito preconcebido. Al menos esa lección la hemos aprendido y nadie ha cedido a las condiciones de Putin cuando los Sudetes eran el Dombás y Checoeslovaquia y Polonia se fundían en Ucrania.

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La primera de las muchas razones por las que ochenta y tres años después debemos estar agradecidos a Putin es por haber comprimido en sólo una semana aquella tragedia en tres actos que Hitler escenificó en septiembre del 38 y marzo y septiembre del 39.

Casi de manera simultánea, Putin ha reconocido a los territorios rusófilos de Ucrania, ha ocupado gran parte de ese país vecino y ha lanzado devastadores bombardeos contra ciudades inermes. Ahora se dispone a abalanzarse sobre Kiev como Hitler lo hizo sobre la torturada Varsovia.

Putin se dispone a abalanzarse sobre Kiev como Hitler lo hizo sobre la torturada Varsovia

Con las cartas brutalmente boca arriba. Sin pausa ni margen para la confusión de ninguna clase. Y con el aditamento terrorífico de sus amenazas de holocausto nuclear.

Esa es la tremenda novedad. Ya sabemos que puestos a elegir entre Hitler y Stalin, en lo más profundo del infierno depositarían sus expectativas en Putin.

Todo está sucediendo de acuerdo con los informes que la inteligencia norteamericana transmitió a sus aliados. El día de Reyes el Gobierno español ya sabía que Ucrania sería atacada "entre finales de enero y finales de febrero".

He aquí un segundo motivo de gratitud hacia Putin: ha devuelto a la Casa Blanca, al Pentágono y a la CIA su credibilidad ante las democracias occidentales, tras la terrible pifia de las "armas de destrucción masiva" de Irak.

Y en ese plural incluyo a la propia sociedad norteamericana, carcomida por la polarización de la era Trump y el asalto al Capitolio. El espíritu de Camelot reverdeció el miércoles "durante un breve momento de esplendor", cuando los republicanos sumaron sus aplausos a los de los demócratas en el momento en que Biden proclamó que "la libertad triunfará siempre" y rindió homenaje al pueblo de Ucrania representado por su valiente embajadora. Todo gracias a Putin.

Y qué decir de su extraordinaria contribución al avance de la cohesión dentro de la UE, plasmada, por utilizar la expresión de Borrell, en "el acta de nacimiento de la Europa geopolítica". De no ser por Putin nunca habríamos visto el día en que los 27 incluida la pacifista Suecia, la desmilitarizada Alemania o la descentrada España aprobaran enviar armas ofensivas a un tercer país, adoptando así una política militar común que inexorablemente dará paso al Euroejército. Y tampoco habríamos vuelto a ver al Reino Unido sentado en Bruselas en un consejo de ministros de Asuntos Exteriores.

Pongo énfasis en el caso español porque esto ha sucedido con un gobierno de coalición en minoría, uno de cuyos socios ha servido en más de una ocasión a los intereses del Kremlin en el tablero internacional. Gracias a los bombardeos de Putin se ha hundido, tal vez definitivamente, el frágil puente que sujetaba las dos orillas de Unidas Podemos, acercando a Yolanda Díaz a Sánchez, como si representara ya una especie de ala izquierda del PSOE.

Gracias a los bombardeos de Putin se ha hundido el frágil puente que sujetaba las dos orillas de Unidas Podemos, acercando a Yolanda Díaz a Sánchez

Ahí han quedado, a la deriva del ridículo, desconectadas de la realidad y de la calle, las dos polluelas de Pablo Iglesias. Sin haber tocado bola en la reforma laboral, acalladas en sus pretensiones de subir impuestos por las nuevas circunstancias, arrinconadas en el esperpento de la autodeterminación de género.

Ni siquiera Irene Montero y Ione Belarra son capaces de explicar ya para qué son ministras. De momento para tratar de utilizar los resortes institucionales del 8-M contra el Gobierno al que pertenecen.

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Gracias a la nítida agresión de Putin, rompiendo con la fuerza bruta la baraja del diálogo y la negociación, se han sentado las bases morales que han permitido a Sánchez enlazar de forma convincente el "no" a la guerra de Irak con el "sí" a la guerra de Ucrania en un amplio espacio transversal de la sociedad española. Si hasta tuvo que reconocer la lealtad del apoyo de Pablo Casado en ese ámbito, con Feijóo no habrá margen para la duda.

Los pactos de Estado trascenderán a la cuestión de Ucrania. Con la cumbre de la OTAN a la vuelta de la esquina y Marruecos empeñado en mordernos los talones de Ceuta y Melilla, la política internacional del PP y la política internacional del PSOE serán almas gemelas. Ambos apostarán por subir la inversión en Defensa en los próximos presupuestos.

También habrá llegado la hora del realismo energético, buscando fórmulas que permitan prolongar la contribución de las centrales nucleares. Nada de esto hubiera sido posible sin la vileza de Putin.

Como ha escrito Juan González-Barba, levantando acta del nuevo "patriotismo europeo", hasta ahora teníamos unas instituciones, una moneda y una bandera, pero "no lográbamos emocionarnos juntos". Mal que les pese a un Pablo Iglesias capaz de comparar a Russia Today con Antena 3 y a un Abascal obsesionado por borrar los lazos que gran parte de los asistentes a su cumbre ultra han mantenido con Putin, la empatía con los agredidos, con los bombardeados, con los expulsados de sus casas, con los sepultados en refugios antiaéreos arrasa cualquier margen para la inhibición y no digamos para la equidistancia.

 La política internacional del PP y la política internacional del PSOE serán almas gemelas

Por eso se boicotea el vodka ruso, se veta a los deportistas rusos, se bloquean los capitales rusos, se abandonan los centros comerciales rusos, se deniegan permisos de vuelo a los aviones rusos, se anulan contratos a los cantantes rusos, se replantea la relación con los museos rusos, se dan por amortizados a los turistas rusos.

Nada va contra los individuos directamente afectados, si exceptuamos el círculo del Kremlin. Pero el mensaje a la sociedad rusa es claro: Putin es un monstruo creado en su seno, e igual que ocurrió con la Serbia de Milosevic, sus problemas no concluirán hasta que logren extirparlo.

No preguntaré, como el senador de Carolina del Sur Lindsey Graham si "hay un Bruto" alrededor, pero sólo el derrocamiento de Putin podrá evitar su huida hacia adelante. Qué distinta hubiera sido la suerte de Europa si el pequeño grupo de oficiales que conspiraba contra Hitler ya en 1938 por fijarnos en algo positivo del bodrio de Netflix hubieran tenido éxito.

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La gran diferencia es que Putin sólo pretende engañar a su opinión pública. Su aislamiento internacional es poco menos que absoluto. Ni siquiera China le acompaña o justifica en su atroz aventura imperialista. Cada vez que los medios emitimos o reproducimos imágenes de Ucrania, el mundo entero le maldice y a lo más que se atreven quienes anhelan preservarlo como enemigo de sus enemigos es a proponer la pasividad de un "no a la guerra" que siga dándole manos libres y contribuya a su impunidad.

El aislamiento internacional de Putin es poco menos que absoluto, ni siquiera China le acompaña en su atroz aventura imperialista

Pero la superposición de esas imágenes de cadáveres en las cunetas, mujeres que lo han perdido todo, niños despavoridos y barriadas enteras destruidas con las de los tanques que avanzan hacia Kiev, los buques que acechan Odesa y los aviones que machacan Jarkov disipa cualquier superchería.

Esa superposición es definitiva. La invasión de Ucrania está siendo el interferómetro que ha restablecido la verdad sobre la transmisión de la luz de los valores compartidos en base a la ética de la objetividad. Desde que a tontas y a locas se proclamó el fin de la Historia todo parecía envuelto en un fluido de relativismo moral tan imaginario y espeso como ese éter que supuestamente recubría la atmósfera, hasta que la óptica moderna pinchó el globo de esa fake news.

En ese puré de guisantes habían germinado todos los populismos que convergen en el de Putin. Un neofascista, criptocomunista y nacionalista identitario que, al mostrarse como es, nos ha abierto los ojos de par en par.

La Historia ha vuelto y con ella el sentido del Bien y el Mal. Es la blessing in disguise, la bendición disfrazada que refuerza mediante el antagonismo la causa de la democracia y la libertad. Por fin volvemos a entender lo que significan esos conceptos. Es el fruto de la salida del armario geoestratégico de Putin que deja en evidencia a todos los íncubos y súcubos que le bailaban el agua.