Es toda una pirueta del destino, o más bien un episodio de justicia poética, que el acto político de mayor relevancia programado en España para este lunes 18 de julio sea la inauguración por parte de Albert Rivera del curso de verano organizado por Ciudadanos en El Escorial. Y que el acto coincida con el momento en que este partido de centro acaba de mover ficha para facilitar la investidura de Rajoy, igual que hace unos meses lo hizo para hacer posible el Pacto del Abrazo con el PSOE.

Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz

Es elocuente y en cierto modo emocionante que en el 80 aniversario de la jornada en la que se abrió el abismo más sanguinario de la historia de las dos Españas, el foco de la actualidad vaya a quedar fijado en la formación política que más genuinamente ha logrado representar la pujanza de la Tercera España, al menos desde la desaparición de UCD.

Tal vez a los más jóvenes -incluida la propia generación de Albert Rivera, nacido en el 79- esta coincidencia les parezca fútil, pero para quienes fuimos niños durante el franquismo supone un formidable contraste que activa los recuerdos de aquel universo mezquino construido en torno al mito del Alzamiento Nacional.

El aparato propagandístico de la Dictadura tuvo la habilidad de ir utilizando la fecha del 18 de julio como plataforma de las distintas ideas-fuerza que de forma sucesiva vertebraron al régimen. Al principio era el resorte que hizo "emerger vengadora a la santa tradición española -son palabras de un célebre editorial del Arriba- como una inmensa Atlántida sumergida durante años en pantanos de ignominia marxista". Después la celebración quedó asociada a la Fiesta del Trabajo -hasta que se trasladó al 1 de mayo- y a la glorificación de los 25, los 30 o los 35 "años de paz". Al final lo que quedaba era la paga del 18 de julio como percutor de las vacaciones veraniegas en el apartamento de las playas del desarrollismo.

La España en blanco y negro del NODO ha dejado testimonio de aquellas recepciones en los jardines del palacio de la Granja de San Ildefonso en las que Franco y sus dignatarios aparecían con sus impolutos uniformes blancos de camareros de alta alcurnia, celebrando socialmente lo que en realidad no había sido en su origen sino un pronunciamiento militar más, un cuartelazo con pretensiones de golpe de Estado, según el añejo patrón decimonónico.

Tanto a los educados bajo el tópico del "Alzamiento Nacional" como erección viril de la España católica y de derechas frente a la anti España atea y bolchevique, como a los receptores de esa memoria oral de sus mayores les sorprenderá conocer la ambivalencia del concepto durante todo el siglo XIX. En el "Diccionario de los Políticos" publicado en 1855 por Juan Rico y Amat se define "Alzamiento Nacional" como un "cambio de decoraciones en el teatro político" a través de las "barricadas". El autor añade que "no es otra cosa que la subida al poder del partido caído", el cual "cuando vence llama a su alzamiento, alzamiento nacional" y cuando pierde es acusado de "motín o sublevación militar". Lo que va del Dragon Rapide a la sanjurjada.

El ejemplo más cercano era entonces el de 1854, cuando la insurrección se apoderó de las calles de Madrid precisamente un 18 de julio, provocando la caída del gobierno corrupto del moderado conde de San Luis. Tengo en mi poder una de las recopilaciones del momento, titulada Biografías de todos los diputados y todos los hombres célebres que han tomado parte en el alzamiento nacional. Así es cómo quedó definido el triunfo de la revolución sobre un gobierno conservador. Nada sorprendente si tenemos en cuenta que el propio Azaña llegaría a presentar la proclamación de la Segunda República como fruto de "un glorioso alzamiento nacional".

El mismo equívoco existe entorno al momento en que se había producido la dramática entrada en escena de la Tercera España que no fue otro sino el de la publicación en El Español del artículo de Larra El día de difuntos de 1836. Es obvio que cuando Fígaro escribe "aquí yace media España; murió de la otra media" estaba autoexcluyéndose de uno y otro bando, pero en las autopsias ideológicas al uso lo habitual es presentarle como víctima de la cerrazón reaccionaria. Pocos saben que si la causa de su decepción amorosa fue la ruptura con Dolores Armijo, la de su decepción política fue la sargentada de La Granja, en aquel otro "verano del 36", tras la que los progresistas le privaron del acta de diputado que había obtenido como candidato del gobierno moderado de Istúriz.

Podemos convenir que Larra fue uno de los pocos compatriotas que se desvivió en el sentido más literal del término buscando un antídoto para el maniqueísmo, el guerracivilismo o el cainismo español. Antes que él lo hicieron Jovellanos, buscando el equilibrio entre tradición y libertad; Blanco White, eligiendo el camino del exilio para no traicionar ni a su patria ni a sus ideas; o afrancesados como Miñano, Lista y Hermosilla, que desde las páginas de El Censor lanzaron en 1822 la idea de "un partido regulador" que sirviera de gozne entre exaltados y moderados.

Cualquiera diría, leyendo aquel texto publicado en el ardor del Trienio Liberal, que sus autores estaban anticipando con dos siglos de antelación los propósitos que rigen hoy a Ciudadanos e inspiran la estrategia de Rivera de cara a la incierta legislatura que nos espera: "El partido regulador es aquel que desprendido de todo interés privado y sin otra regla que la ley se interpone entre el partido ministerial y el de oposición, templa su ardor, corrige sus extravíos y reuniéndose alternativamente al que en cada cuestión tiene la razón de su parte, hace que en todas triunfe la causa de la verdad, de la justicia y del interés general".

El partido regulador es aquel que desprendido de todo interés privado y sin otra regla que la ley se interpone entre el partido ministerial y el de oposición

La gran cuestión es si ese "partido regulador" que aparece como cauce de la Tercera España debe ser solamente una especie de antídoto para los venenos inoculados en el sistema, a modo del "partido antipartidos" que propugnaba el profesor Fernández Sarasola cuando el bipartidismo daba claros síntomas de agotamiento, o si puede llegar a convertirse en un partido de gobierno, capaz de vertebrar una mayoría social.

La historia nos ofrece ejemplos en ambas direcciones. Veamos tres y tres. Mientras el "partido antipolítico" que promovía Joaquín Costa con el nombre de Unión Nacional, el "partido educador" de Ortega encauzado a través del reformismo de Melquiades Alvárez o la UPyD de Rosa Díez, inspirada por Savater, nunca pasaron de ejercer de conciencia crítica de la situación, tanto la Unión Liberal, moldeada por Pacheco y Borrego y materializada por O'Donnell, como el Partido Radical de Lerroux y la UCD de Adolfo Suárez ejercieron el poder en momentos decisivos.

Bajo esas dos perspectivas debe abrirse el debate sobre el presente y futuro de Ciudadanos y este seminario de El Escorial, en el que junto con dirigentes del partido participamos ponentes independientes, es una magnífica oportunidad para ello. Los más de tres millones de sufragios cosechados el 26-J en las peores circunstancias posibles y pese a una implacable campaña focalizada en la inutilidad del voto naranja, constituyen un suelo formidable en la medida que demuestran que el centro político cuenta con una base social tan consolidada como difícilmente transferible a otros proyectos.

El desafío para Ciudadanos es probar ahora su utilidad como "partido regulador", en una legislatura en la que, como anunciaba Rivera en EL ESPAÑOL, "pasará de todo porque nadie podrá bloquear las reformas", e ir moldeando así su condición de alternativa de cara a unas próximas elecciones.

El centro político cuenta con una base social tan consolidada como difícilmente transferible a otros proyectos

El centro es una ubicación en el tablero, pues etimológicamente procede del griego "kentron" o punto fijo del compás que traza un círculo, pero también una ideología integradora y ecléctica, la del liberalismo solidario, diferenciada de la conservadora y de la socialista. Eso implica que la dimensión de su espacio político dependerá de la capacidad de atracción que sus líderes y programas ejerzan sobre la ciudadanía.

El territorio es propicio porque la España de la transición cuenta, según certera definición de Victor Pérez Díaz, con "un electorado escorado al centro". Quien no lo ocupe, proceda de donde proceda, no reunirá nunca una mayoría social. Hemos visto como Aznar conquistaba el centro llegando desde la derecha y cómo González lo hacía viniendo desde la izquierda. Pero antes de todo ello Suárez conquistó el centro desde el centro -como Giscard en su mítica campaña presidencial del 74- y eso es lo que podría volver a suceder en cuestión de pocos años si Ciudadanos cumple las expectativas que está suscitando y no comete ningún error que le descalifique.

Mirando la carretera con esas luces largas, sería, a mi humilde entender una equivocación garrafal que Ciudadanos vinculara su suerte política a la de un hombre como Rajoy que representa todo aquello -inmovilismo, corrupción, endogamia, mediocridad, clientelismo, oscurantismo- frente a lo que la formación naranja ha encontrado su razón de ser.

Después de cuánto sucedió durante la campaña -se habla mucho del "veto" de Rivera a Rajoy pero poco de la descalificación ad hominem del PP contra Rivera- el compromiso de abstenerse en la segunda votación de investidura es de por sí una prueba de sentido de la responsabilidad y generosidad política. De ahí no debería pasar.

Sería una equivocación garrafal que Ciudadanos vinculara su suerte política a la de un hombre como Rajoy que representa todo aquello frente a lo que la formación naranja ha encontrado su razón de ser.

A Ciudadanos se le puede pedir que, fiel a ese papel de "partido regulador", apoye todas las iniciativas del PP que sean acordes con su ideario -siempre que encuentre reciprocidad- y negocie proyectos clave como los Presupuestos que den a España una cierta estabilidad. Lo que no se le puede pedir a Ciudadanos, una vez comprobada la incapacidad somática de Rajoy para hacer un planteamiento de envergadura como el imaginado aquí la semana pasada, es que traicione a sus electores, retratándose en favor de un cadáver insepulto que encarna la antítesis de sus valores regeneracionistas. Sería la antesala de lo que le ocurrió al CDS cuando en el 90 se prestó a servir de "perchero" del felipismo o de lo que le ocurrió a Nick Clegg cuando en 2010 aceptó entrar en el Gobierno de Cameron.

Es al PSOE a quien le corresponde evitar unas terceras elecciones y debería ser Rajoy quien más las temiera, pues nunca se repetirá la conjunción astral entre el encuestazo y el 'brexit' que le permitió salvar los muebles el 26-J. Pero no nos perdamos en las escaramuzas. El valor simbólico de esta pica que mañana pondrá Ciudadanos en el calendario, reconquistando para la concordia una fecha emblemática del enfrentamiento entre españoles, acrecienta aun más si cabe su compromiso moral con unas ideas y una razón de ser. Si el hundimiento del centro político en las elecciones de febrero del 36 fue el preludio y en gran medida el detonante del descomunal fratricidio que se hizo carne perforada, desgarrada y yerta desde aquel letal 18 de julio, hoy parece obvio que el fortalecimiento del centro político que vertebra a la Tercera España será en el fondo la mayor garantía de que nada parecido vuelva nunca a repetirse.